Por Fernando PASCUAL |

Existe el riesgo de exigir disculpas o de darlas cuando no hay ningún motivo para ello.

Eso ocurre, por ejemplo, si alguien afirma con datos en la mano que su propio país va al precipicio. ¿Ha de pedir disculpas a los gobernantes que se sientan ofendidos por un análisis que refleja, tristemente, la situación real?

O cuando uno explica la doctrina de la Iglesia, aunque haya quienes no están de acuerdo. O cuando se busca sacar a alguien de un vicio, aunque esa persona se sienta muy a gusto en el mismo. ¿Son situaciones que exigen pedir disculpas?

En otros casos sí existe una clara obligación de pedir disculpas. Por ejemplo, cuando se falta a la verdad, o cuando se presenta de malos modos, o cuando se insulta al otro, o cuando se manipulan los datos informativos…

Sí, también cuando un periodista una y otra vez recorta las declaraciones de alguien dando a entender que afirmó lo que no había afirmado o que nunca dijo lo que sí había dicho.

Pedir disculpas desde la verdad supone, por lo tanto, reconocer los fallos cometidos y buscar modos concretos para desagraviar a los que hayan sido ofendidos en su buena fama.

Lo cual, hay que repetirlo, no implica pedir disculpas a quien se ofende ante una verdad bien dicha. Porque en tal caso no hay que pedir disculpas, sino ayudar a quien no reacciona bien para que recapacite y abra los ojos.

En un mundo donde sobran conflictos desde ofensas y susceptibilidades enfermizas, vale la pena un buen discernimiento para saber cuándo una petición de disculpas está fuera de lugar, y cuándo es necesaria para una buena convivencia desde la justicia y la verdad.

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