Por Francisco González González, Obispo de Campeche |
Jesús es un Maestro a carta cabal. Aprovecha los sucesos de la vida para allí aportar los firmes criterios educativos. Él se ha ocupado en separar a sus discípulos de los criterios de vida, que aplicaban los fariseos.
Ahora los lleva a la Galilea, en medio del bello paisaje de Cesarea de Filipo. Allí, en la intimidad de la amistad, Jesús pregunta acerca de su identidad. Les pide una respuesta sin temor y con toda libertad.
Orígenes atesta que los evangelistas nos transmiten esa pregunta de Jesús, para que nosotros, también, conozcamos la diversidad de pareceres de los apóstoles sobre el Maestro. Como segunda finalidad, la pregunta expuesta es para que sabiendo la opinión de los demás, si es mala, evitemos todo aquello que la alimenta; si es buena, cultivemos y multipliquemos las buenas acciones.
Pedro responde a la pregunta directa: Y ustedes, ¿qué dicen de mí? La respuesta añade algo nuevo a la concepción que «los otros» tenían de Jesús. Pedro lo llama «Cristo», y añade que es «el Hijo de Dios vivo». Ya los profetas atribuían a Dios el ser la fuente y el origen de la vida, como así lo leemos en 49,18 y Ez 5,11. Toda vida procede de Él (cf. Jn 14,6): hay otros ‘dioses’, que así son tenidos y honrados por los hombres, pero que no están vivos, sino muertos, como Saturno, Júpiter, Venus, Hércules y las demás divinidades de la mitología.
La confesión de Pedro mereció una gran recompensa, porque supo ver en aquel Hombre al Hijo de Dios. Así lo atesta el mismo Jesucristo: Dichoso eres, Simón, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre. Un autor antiguo observa, con agudeza, que por un admirable contraste, el Señor confiesa la humildad de la humanidad de que se halla revestido, y el apóstol declara la excelencia de su divina eternidad.
Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia
Jesús confiere a Pedro una nueva misión. Por esa confesión sobre la identidad divina, ahora Pedro será un válido cimiento, donde se levantará el pueblo creyente. Hay garantías, de parte de Jesús, que esa institución prevalecerá, no obstante, las insidias y asechanzas del enemigo, como lo dice la oración a san Miguel Arcángel, compuesta por el papa León XIII.
Cabe decir, que la Iglesia no es lo mismo que Reino de Dios, y que la Iglesia es una casa construida sobre la Roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Y el camino de la Iglesia será como el de Cristo: un camino en la contradicción.
No se trata, pues, sólo de enemigos externos. Dentro de la Iglesia habrá siempre pecadores. Por eso, ella recibe el poder de «atar y desatar». En otras palabras, porque continúa el pecado, por eso debe continuar el perdón.
La autoridad de Pedro es vicaria. Él es imagen de otro, de Cristo, que es el verdadero Señor de la Iglesia.
Finalmente, en este relato hay un doble intercambio de títulos entre Cristo y Pedro. Pedro lo reconoce como Mesías y Jesús lo llama ‘piedra’, que podrá convertirse en piedra de escándalo.
¡Digamos a Jesús Tú eres mi Señor, mi dueño!