Por Felipe MONROY |

Desde este miércoles y hasta el domingo 10 de septiembre, el papa Francisco realiza una vista apostólica a cuatro ciudades de Colombia. No es una visita sencilla, el país está en un proceso de reconciliación; no sólo con su pasado por las heridas que la guerrilla, las fuerzas armadas y los paramilitares dejaron en todo lo ancho de su territorio, sino por los acuerdos de paz donde excombatientes han reconocido sus faltas y lanzan su apuesta ideológica ahora por la vía política.

Francisco ha sido un entusiasta de estos acuerdos que simbolizan una temeraria apuesta al perdón, la reconciliación y la paz sin poner mayor bandera que la del respeto a la dignidad humana. Sin embargo, no todos comulgan con esa audacia, el propio expresidente Álvaro Uribe ha escrito al Papa argentino que su visita podría utilizarse políticamente como una justificación para que los crímenes del pasado queden impunes.

Fuera del ámbito político, Colombia parece también dejará testimonio público de un catolicismo “anti-Francisco”. Aunque ya en varios países se ha advertido una creciente corriente ultraconservadora que regatea el catolicismo al Papa, es en Colombia donde esto ha escalado a nivel público y mediático. José Galat, excandidato presidencial, rector de la Universidad Gran Colombia y director del canal católico Teleamiga, olvidó la diplomacia al declarar: “Nuestro canal es católico; los que no son católicos son los obispos que acompañan a un Papa que niega las verdades de la fe”.

La Iglesia católica local también vive un proceso de reconciliación con sus propios feligreses, por la tensión surgida entre diferentes liderazgos del episcopado nacional ante los criterios de los acuerdos políticos para la paz y por la virulenta respuesta de grupos ultraconservadores ante un catolicismo que pierde posiciones frente a diferentes apuestas cristianas evangélicas y protestantes que ya suman un sólido 35% de población creyente.

Francisco llega a esta Colombia convulsa, orgullosa de participar en un proceso de paz lento y delicado pero también con no poco desconcierto sobre el futuro que le depara a una nación donde las violencias hallaron espacio en la política. Por ello, entre la apretada agenda pontificia, destaca la visita a Villavicencio, donde orará frente a la Cruz de la Reconciliación que simboliza la paz posible tras el cruento conflicto en la región de los Llanos Orientales.

En estos últimos cuarenta años, Colombia ha sabido superar, no sin muchos sacrificios, la terrible violencia que asoló la cotidianidad de sus ciudadanos y la ruta elegida puede no ser la ideal pero es la necesaria. Lo ha dicho el obispo presidente del Episcopado de Colombia, Óscar Urbina: “La paz sin alma no camina”. La ruta por andar es simple pero no sencilla: es preciso favorecer la mediación entre la guerrilla y las familias de los secuestrados, se requiere la intervención humanitaria en las cárceles donde se deshumanizan militares y guerrilleros, hay que participar del duelo y el perdón durante la exhumación de los cadáveres víctimas de la guerra y, finalmente, hay que interactuar permanentemente con las víctimas y sus heridas. Una ruta que pasa por la humildad y el despojo de todo purismo moral.

El obispo Urbina –que es pastor justamente en Villavicencio- ha dicho que la Iglesia de Colombia le toca “hacer un trabajo de esperanza” con la gente de a pie para crear un clima de paz; quizá esto es lo que ha animado al Papa para visitar este país bolivariano, porque sabe lo difícil que es hablar de paz sin herir la pureza ni la hipersensibilidad de los regímenes que intentan mantener el control social mediante una fórmula que se ampara en el populismo mediático, la hegemonía del ejercicio de la fuerza pública y la simulación democrática. Y claro, podríamos hablar de Colombia o de Venezuela o de Argentina; de hecho, podríamos hablar de casi todos los regímenes políticos latinoamericanos.

@monroyfelipe

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