AGENDA INTERNACIONAL | Por Georg EICKHOFF |

Hoy quiero hacer una pausa en mis artículos de actualidad global para referirme a otro tipo de actualidad. Antes de reportar, la semana que viene, sobre las elecciones en mi patria alemana celebradas este 24 de septiembre, quiero responder a una pregunta que una y otra vez me vienen haciendo jóvenes mexicanos. Después de conocer jóvenes de muchos países, estoy viendo que son sobre todo los mexicanos que están fascinados por la pregunta: ¿sobrevivió Hitler?

Más allá de la respuesta que puedo dar como historiador que se doctoró en Berlín, lugar donde Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945, que es la versión de la historia a la cual personalmente doy crédito, me pregunto por qué son los jóvenes mexicanos, más que otros, que insisten en cuestionar el relato oficial.

Me da la impresión de que podría ser precisamente por esto: porque lo perciben como un relato oficial y porque los mexicanos, más que otros, han aprendido a desconfiar de relatos oficiales. Es obligatorio desconfiar de los relatos de poder de la Revolución Mexicana, sobre todo si uno se identifica con sus víctimas entre los cuales cuentan los católicos.

Pero hay más que esto. Hay más que la desconfianza contra los relatos oficiales que me está hablando a través de la inquietud de jóvenes mexicanos quienes, preguntando por la muerte de Hitler, me parecen estar diciendo: verdad, tú tampoco crees estos cuentos. ¿No sería mucho más fascinante el mundo pensando que Hitler sobrevivió?

Hay una rebelión contra la modernidad en el querer creer que Hitler, el gran enemigo de la modernidad, el gran rebelde contra el capitalismo supuestamente judío y contra el comunismo supuestamente judío, se haya salido con la suya escapando a la dominación compartida del capitalismo gringo y del comunismo ruso sobre el territorio de Berlín donde se pierde su rastro.

Estoy convencido de que Hitler se suicidó precisamente porque era un rebelde contra la modernidad y que no quería vivir derrotado, en un mundo donde mandaba la modernidad representada por los Estados Unidos y la Unión Soviética. También estoy convencido de que hay que hablar más con los jóvenes mexicanos sobre cómo canalizar mejor su legítima rebeldía contra una modernidad en ruinas, mejor que refugiarse en mitos del pasado.

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