En el funeral del Doctor Faustino Llamas

Hermanas y Hermanos:

1. “El máximo enigma de la vida humana es la muerte” nos recuerda el Concilio Vaticano II (GSp 18). Como cierto es que todos hemos de morir, es incierto cómo y cuándo lo tenemos que padecer. Es la angustia a que está sometido el ser humano, el cual se resiste a aceptar en la perspectiva de la ruina total o del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva el ser humano, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte (Cf Ibid.). La muerte es nuestro enemigo “mortal”, es decir, total.

2. “Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte”, la Iglesia, adoctrinada por la Palabra de Dios, nos dice que el hombre, creado a imagen y semejanza divina, fue destinado a la vida en felicidad: “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo y sus seguidores tienen que sufrirla”, dice la Sabiduría (Sap 1,13; 2,23s). La muerte es enemiga de Dios, y el Diablo su agente en este mundo.

3. Este enigma del hombre, enseña también el Concilio, sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, de Jesucristo. Por tanto, el misterio de nuestra muerte y el sentido de nuestra vida sólo en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo adquieren plena luz. Es el Misterio Pascual, iniciado en nosotros en el Bautismo, cumplido en nuestra muerte temporal, y sublimado en el día glorioso de nuestra resurrección. Ser bautizado es ser sepultado con Cristo en su muerte y resucitar a la vida nueva de hijos de Dios.

4. Este misterio de nuestra fe nos lo enseña y lo celebra la Santa Madre Iglesia en la liturgia, por medio de los signos sacramentales, iluminados por la Palabra de Dios. Compartamos algunos:

1°. La Comunidad cristiana. Oímos decir que cada uno muere su propia muerte, que cada uno muere solo. Esta soledad existencial viene negada y superada por nuestra fe cristiana: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muerte para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, para el Señor morimos”, enseña san Pablo. En vida o en muerte, el cristiano es del Señor; al Señor Jesús le pertenecemos todos los que creemos y esperamos en él. Aquí, la presencia honorable de la familia del Doctor Faustino, y la de todos sus amigos creyentes en Cristo, somos solidarios con él en este momento con nuestra plegaria, como lo seremos de su intercesión ante Dios por nosotros en la gloria celestial. Y lo seremos por toda la eternidad, porque “la vida se transforma, no se acaba” (Prefacio). Es el dogma de la “comunión de los santos”, de los cristianos con Cristo y entre nosotros.

2°. El Cirio pascual. Ante su féretro arde el Cirio pascual. Este cirio se encendió la noche de Pascua, cuando Cristo bajó a las sombras sepulcrales, y “muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, nos dio nueva vida”. Este es el drama que se escenifica y vive el día de nuestro Bautismo, y que ahora recobra vigor especial. Diríamos, su plenitud. Este Cirio representa y actualiza este misterio de la muerte vencida por Cristo, y de nuestra resurrección conseguida con Cristo. Es prenda segura de resurrección. Esta es la luz que se encendió en nuestro bautismo, la Luz de la Resurrección, la Luz que ilumina en todo su esplendor a nuestro hermano Faustino.

3°. El Agua Bendita. Es la prolongación y continuación del agua bautismal que, llena del Espíritu Santo, hizo que un hijo de Adán y Eva, pecador, renaciera como Hijo de Dios, como Hermano de Jesucristo, como Templo vivo del Espíritu Santo y miembro del Cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia. En el agua bautismal, fecundada por el Espíritu, se regeneró al hijo de Adán, condenado a la muerte, y se le abrieron las puertas de la salvación. Ahora, desde este templo santo, se le despide y se le abren las puertas de la Casa del Padre.

4°. La Mesa del Señor. La santa Iglesia no sólo es madre generosa sino responsable. No sólo engendra hijos sino que los alimenta. De la Mesa del Señor, el doctor Faustino tomó con creces y se alimentó con los dos Panes de salvación: Con el Pan de la Palabra y con el Pan de la Eucaristía. La Palabra de Dios, su Evangelio, contiene “palabras de vida eterna”, según confesión de Pedro, y “es capaz de dar la herencia” eterna a quienes la aceptan con corazón bueno. Y la Eucaristía es el Pan del peregrino, el Pan de vida eterna, el Pan de vivos, no de muertos, germen y fármaco de eternidad. De esta santa Mesa de los hijos de Dios se nutrió nuestro hermano Faustino. Disfruta ahora del Banquete de bodas del Cordero.

5°. Las Llagas de Cristo. El Cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, contiene cinco clavos de incienso rojo, símbolo de sus llagas. Son recuerdo de las llagas dolorosas de la Cruz, ahora convertidas en símbolo de gloria. Son llagas gloriosas. Con ellas intercede ante el Padre por nosotros. El Doctor Faustino tuvo el don, la gracia especial de saber mirar, tocar, palpar y curar las llagas dolorosas de Cristo en los hermanitos y hermanitas pobres, con cualidades limitadas, de los excluidos y olvidados de la sociedad, de nosotros… Supo recoger, cuidar, curar, las llagas dolientes de Cristo en ellos presentes. Ésas llagas son ahora, como las de Cristo, su corona de gloria.

5. La Iglesia que peregrina en Querétaro, su Pastor diocesano y su Servidor, el Presbiterio y los Consagrados y Consagradas, damos gracias a Dios por el don y milagro que significó la presencia y vida del Doctor Faustino Llamas para todos los católicos, y para toda la sociedad sin distingos. Sólo espera que su obra continúe y que no falte el católico diocesano, que no sólo alabe, sino que honre su testimonio y memoria siguiendo su ejemplo.

+ Mario De Gasperín Gasperín

Obispo emérito de Querétaro

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