ENTRE PARÉNTESIS | Por José Ismael BÁRCENAS SJ |
En la novela de El Extranjero (1937), Albert Camus describe a Meursault, protagonista de la historia, como un hombre que vive con indiferencia y apatía sucesos que desde una lógica humana duelen y desolan, por ejemplo, la muerte de su madre. Meursault es un extranjero a las alegrías y a las penas del común de los mortales. En una ocasión asesina a un árabe, cuando se le pregunta la razón, responde que hacía mucho calor.
Este fin de semana hubo otra tragedia, un tiroteo hunde de dolor al pueblo norteamericano. Stephen Paddock, un jubilado de 64 años, el domingo pasado convirtió la suite donde se encontraba hospedado en una trinchera. Ahí se parapetó y, con rifles de alto poder, acribilló a una multitud que participaba de un concierto. Mató a más de 50 e hirió a más de 500. De lo que se sabe hasta ahora, parece que Stephen no pertenecía a una célula terrorista, sino que era un “lobo solitario”. Llevaba una vida normal, nada que despertara alarma o sospecha. Después de haber cometido la mayor masacre en EUA, se suicidó.
Con el tiempo sabremos más de la vida, motivos, oscuridades y desequilibrios que tuvo Stephen Paddock para cometer tal aberración. Su conducta, hasta ahora, nos recuerda el absurdo comportamiento del protagonista de la novela de Camus. Tal parece que Paddock, como Meursault, se movía con otras lógicas y vivía como extranjero de la vida humana.
Después de ser testigo de la destrucción que dejó el sismo que devastó la Ciudad de México en fechas recientes, una astilla me aguijonea las cavidades cardiacas. La muerte de seres humanos es algo que duele y es algo que lamentamos. Si bien somos seres vulnerables y estamos a merced de desastres naturales, como un temblor, es absurdo y triste que la muerte provenga de la decisión de alguien que eligió apretar el gatillo y disparar con toda la intención de herir, dañar y matar al mayor número posible.
Entiendo que Camus y Sartre con sus escritos querían resaltar la relevancia que tiene la libertad en el ser humano. No estamos obligados a hacer el bien y el mal es una posibilidad dentro de las opciones que se nos presentan antes de actuar. En la actualidad, estamos siendo testigos del dolor provocado por la sinrazón, del odio como opción y de la voluntad de dañar. Creo que decidir tender la mano y ayudar es el camino que nos redime y nos ayuda a encontrar el sentido de vivir, del buen vivir. No estamos obligados. Pero optar por lo que hace que la vida sea buena es una alternativa que, al elegirla, configura para bien nuestra existencia.
Recién había sucedido el temblor en la Ciudad de México, hubo quien se aprovechó del caos para robar. También, en cuanto hubo edificios colapsados, hubo muchos que en fracción de segundos decidieron correr para buscar y rescatar a quienes quedaron atrapados entre los escombros. No estamos obligados a optar por el mal, pero es una posibilidad. No estamos obligados a optar por el bien, pero es una posibilidad. En este dilema se juega el que seamos mejores o peores seres humanos. Dice Juan Villoro: “El que entró a robar a un comercio abandonado y se arrepintió en un centro de acopio”. No era obligación, pero muchos decidieron ayudar y donar su tiempo y bienes en medio de la tragedia.
En esta capital, uno camina y de reojo vigila que no te saquen pistola o navaja para quitarte la cartera. Sin embargo, ante los daños que provocó el terremoto, de repente, el desconocido que pasaba ante el desastre, optó por jugarse la vida y rescatar a otro desconocido. Y los jóvenes, los llamados millennials, a quienes se les tachaba de apáticos y ensimismados en sus celulares (móviles), dejaron todo para ser voluntarios, brigadistas y ayudar a las víctimas de distintas maneras. En un mundo donde campea la sospecha, el prejuicio, la descalificación y la indiferencia, los jóvenes se convirtieron en extranjeros que decidían y apostaban por la vida.
Dentro de las diferentes maneras de nadar a contracorriente ante lo que nos ofrece el mundo, hay distintas maneras de vivirse extranjeros. Después de días difíciles, de dolor por las víctimas y de crispadas divisiones, he traído presente este poema de Benjamín González Buelta. No estamos obligados, pero, en medio de la zozobra, escojamos la vida:
Esta mañana
enderezo mi espalda,
abro mi rostro,
respiro la aurora,
escojo la vida.
Esta mañana
acojo mis golpes,
acallo mis límites,
disuelvo mis miedos,
escojo la vida.
Esta mañana
miro a los ojos,
abrazo una espalda,
doy mi palabra,
escojo la vida.
Esta mañana
remanso la paz,
alimento el futuro,
comparto alegría,
escojo la vida.
Esta mañana
te busco en la muerte,
te alzo del fango,
te cargo, tan frágil.
Escojo la vida.
Esta mañana
te escucho en silencio,
te dejo llenarme,
te sigo de cerca.
Escojo la vida.
Poema de Benjamín González Buelta, SJ.