Por Felipe MONROY |

La conformación de las extravagantes amalgamas electorales rumbo al 2018 han despertado la somnolienta moralidad de periodistas y analistas políticos. Como quizá nunca, hoy se cuestiona a los partidos políticos y sus precandidatos sobre sus doctrinas y posicionamientos morales frente a las de sus nuevos compañeros de fórmula aliancista.

No sólo han reclamado al PAN la traición de sus principios -a los que consideran casi religiosos- con la alianza con Movimiento Ciudadano y PRD; también critican que la ideología “evangélica” del PES es irreconciliable con la moralidad jacobina y marxista del PT. Aún más, las ya clásicas críticas al líder de Morena han cambiado del carril del ‘peligro de facto’ a la autopista de la ‘locura inmoral’; y al candidato del PRI le cuestionan que sea el PRI el partido que lo arrope y posicione, como si él fuera mucho mejor persona que todos los priistas juntos.

Es como si quisieran mostrar a sus audiencias que periodistas y analistas conocen más a los partidos y a los políticos que lo que estos dicen de sí mismos. Toman la actitud de un padre que siente placer al decirle a su propio hijo que lo que hace es incorrecto. Olvidan que en la política -la descarnada búsqueda del poder- las razones pragmáticas anteceden a las ideológicas.

Entonces, ¿por qué hemos escuchado en estos días más análisis sobre el mundo de la moral que del campo de la política? ¿Por qué se enfocan en las diferencias que han declarado los políticos ante los medios y no en lo que realmente se configura en estos nuevos armatostes políticos de operación? Los politólogos hablan de congruencia ideológica en dirigentes partidistas cuando la única congruencia que vale en la política es perseguir, conseguir y administrar el poder.

Ya lo dijo con absoluto desparpajo el tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson: “Comercio con todas las naciones, alianza con ninguna. Ese debería ser nuestro lema”.

¿En realidad importa si hay convergencia ideológica o no entre los partidos que van juntos para el 2018? Y sí, a todas luces es claro que no ¿qué sí debería interesarnos de estos amarres partidistas?

Las amalgamas -lejos de ser verdaderas alianzas- tienen como objetivo remediar una carencia que partidos y movimientos políticos notaron en las últimas elecciones: la construcción de estructuras operativas funcionales que definan en cada una de las etapas electorales lo que esperan los partidos.

Ningún partido en solitario tiene la capacidad operativa para vencer la estructura promotora, coercitiva y defensora del voto corporativo que recibe apoyo desde el gobierno independientemente del color que tenga. Los procesos, la jornada electoral y la disputa en tribunales de las elecciones en este año dejaron en claro este punto.

Aceptar o no, confiar o no en la narrativa moral que los medios plantean sobre los precandidatos y las plataformas de los partidos corresponde únicamente a los ciudadanos; no sólo para la emisión de su voto y el descanso de su moral obedeciendo a historias sobre quién es “más honesto”, “más congruente” o “más independiente” sino porque la moral ciudadana no puede preocuparse por las presuntas “doctrinales” partidistas, debe preocuparse de las luchas de las familias en medio de las injusticias, de la búsqueda de la dignidad ante las opresiones económicas y la garantía de la seguridad mínima de su existencia.

En síntesis: es sintomático que los medios se preocupen más de la moral de los políticos que de la moral de la ciudadanía, obliga a pensar que el último personaje en relevancia para el concierto democrático es el ciudadano.

@monroyfelipe

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