Por Mónica MUÑOZ |

Una vez más, el año se nos ha ido como el agua, dando la sensación de que el tiempo transcurría velozmente y, sin embargo, hubo eventos que parecían congelarlo, como los terremotos de septiembre y los huracanes que asolaron nuestras costas, eventos que despertaron las conciencias, motivando a solidarizarse con el necesitado; o como tantas muertes que la violencia desatada en nuestro territorio nacional y en el mundo, que nos han hecho pensar que la situación no tiene solución y será eterna.

En este año hemos pasado por una montaña rusa de emociones, de la alegría a la tristeza, del gozo al luto.  Eso, sin contar las circunstancias que cada quien ha vivido, como el fallecimiento de un ser querido,  una pareja que se une en matrimonio, la pérdida del empleo, la culminación de una carrera profesional, el nacimiento de un bebé que transforma la vida de sus padres para siempre, o, quizá, la separación de una familia por el divorcio de los cónyuges.  Cada situación atrae un sentimiento distinto, haciendo que la vida se convierta en un nuevo reto día a día, dando sentido a la existencia a cada momento.

En esto, por supuesto, hay que tomar en cuenta que todos somos distintos y pensamos de diferente manera.  No todas las personas tendrán la capacidad de ver una oportunidad en las desgracias, ni tomarán con buen ánimo el infortunio.  Habrá, incluso, algunos que sientan olvidados de Dios o algunos más que crean que son escogidos para sufrir, unos más que sean tan optimistas como para creer que hay que aprovechar lo que se tiene en el momento en el que llegan los bienes y otros que, quizá, cuando todo va bien, crean que no tardará en cambiar su situación, augurando tiempos de angustia. Dependerá del cristal con que miren lo que Dios les depare.

A pesar de todo, hay que vivir agradecidos con Dios por todo lo que nos regala, ¿o es que la vida no es suficientemente valiosa para expresar al Creador nuestra admiración eterna por tan inmenso don? ¿Por qué cada amanecer no contemplamos con recogimiento y gozo que el sol se levanta y comienza otro día nuevecito para ganarnos el cielo?

Por la fe, debemos ver en cada evento la mano de Dios. Incluso, si se trata de un mal acontecimiento. Hace poco escuché un sorprendente testimonio de una mujer que fue secuestrada y que desde el momento en que sus captores le dijeron que se la llevarían, vio la mano de Dios en su actuación.  Con firmeza y determinación puso su vida en manos de Cristo, rezó con intensidad durante los días que estuvo privada de su libertad, y, por obra divina, logró que sus captores la liberaran a los ocho días, obteniendo el arrepentimiento de varios de ellos por su actitud y la oración.  Actualmente, dirige el apostolado de los secuestrados y sus secuestradores, para que unos y otros logren su salvación.

Menciono este suceso porque se trata de una singular manera por la que Dios ha mostrado su misericordia por esos, sus hijos, que han torcido el camino porque no lo conocen, escogiendo a una joven, madre de tres niños pequeños, enferma de diabetes tipo 1, con un esposo también enfermo, pero ambos con una fe inquebrantable en Dios y la Santísima Virgen, quienes ante la tremenda adversidad se abandonaron a la Divina Providencia, dejando hacer en ellos Su voluntad.  Igual que María Santísima.  No cabe duda, pensé, que me hace falta avanzar mucho en mi confianza en Dios y en sus designios.  La sagrada escritura dice «¿No se venden cinco pajaritos por dos monedas? Pues bien, delante de Dios ninguno de ellos ha sido olvidado. Incluso los cabellos de ustedes están contados. No teman, pues ustedes valen más que un sinnúmero de pajarillos.»  (Lucas 12, 6-7) ¿Por qué no le creo sin titubeos?

Por eso, sinceramente, expreso que tengo mil motivos y más para agradecer a Dios por lo que tengo: principalmente, la vida; además, tengo salud, trabajo, comida, casa, a mis padres y hermanos, tres bellísimos sobrinos que han crecido como católicos, sanos y felices, tengo grandes amigos, muchos de ellos sacerdotes, que para mí, es un privilegio muy especial, he podido estudiar, he encontrado apoyo en los momentos difíciles y no sigo con la lista porque me faltaría espacio. No puedo menos que decir al Señor que la vida no me alcanza para agradecer todo el bien que me hace a cada momento.

Con certeza afirmo que todos tenemos mucho que agradecer a Dios, además es un buen momento para reflexionar y proponernos, no como cada año nuevo lo hacemos, sino de verdad, estrechar nuestra relación con el Señor.  No sólo con la lectura de la sagrada biblia, los católicos tenemos la dicha de escucharla a diario en la santa Misa, sino estudiando nuestra religión, tomando un curso, ingresando a un grupo de formación y oración, frecuentando los sacramentos, sobre todo la Reconciliación y la Eucaristía, orando más, rezando el santo Rosario, viendo a María como nuestra verdadera Madre.

Así, el futuro será menos incierto, pues nuestra fuerza será el Señor, sabiendo que Él vela por nosotros y no permitirá que nos perdamos.  Hace falta que lo creamos y lo hagamos parte de nuestra vida diaria.

Y tú, ¿de qué estás agradecido con Dios?

 

 

 

 

 

 

 

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