EI Miércoles de Ceniza los cristianos son invitados a vivir un tiempo de recogimiento y de reflexión antes de emprender juntos el largo ascenso hacia la Pascua del Señor. Dios, por voz del profeta Joel, de san Pablo y del mismo Jesús, les recuerda la meta que han de alcanzar, los medios que utilizar y el espíritu con que deben caminar.

Este día comienza para la Iglesia y para los cristianos un itinerario de conversión a Dios, de quien el pecado los ha apartado: «Perdona. Señor, a tu pueblo» (Jl 2,12-18). «Ahora es tiempo favorable. ahora es día de salvación»; «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios» (2Co 5,20—6,2). El ayuno, la oración y la limosna, las tres «prácticas» tradicionales de la Cuaresma, deben llevarse a cabo sin caer en la ostentación: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»; tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6,1-6.16-18).

Viene luego el rito propio de este día. La ceniza evoca en la Biblia todo lo caduco, lo que no tiene valor. Echarse ceniza en la cabeza era signo de duelo y arrepentimiento. Los cristianos adoptaron con toda naturalidad esta costumbre antigua, en particular cuando eran admitidos en el grupo de los penitentes (siglos III-V). No obstante, la imposición de la ceniza no se convirtió en un rito litúrgico de comienzo de la Cuaresma hasta el siglo X, en los países renanos, para pasar luego a Italia y finalmente a Roma (siglos XII-XIII).

Recibir la ceniza es confesar la pertenencia al pueblo de pecadores que se vuelve hacia Dios con confianza para resucitar con el Cristo de la Pascua, vencedor del pecado y de la muerte: «Convertíos y creed el Evangelio».

La imposición y recepción de la ceniza adquiere todo su sentido en el marco de la celebración comunitaria. Ocurre lo mismo con cualquier participación en un rito sacramental, y en particular en la comunión. Nunca es un acto de devoción privada, ni siquiera cuando se trata de una persona a la que la edad, la enfermedad o cualquier otra razón le impiden participar en la asamblea.

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