“Aprender a ‘dar las gracias, siempre y en todo lugar’, y no sólo en ciertas ocasiones, cuando todo marcha bien; segundo, hacer de nuestra vida un don de amor, libre y gratuito; tercero, construir una comunión de manera concreta, en la Iglesia y con todos”. Son las tres “actitudes” presentes en la oración eucarística, tema del cual el Papa Francisco habló en la audiencia general de hoy, en la cual, improvisando sobre la marcha, volvió a repetir que “la misa, incluso la de los difuntos, no se paga, la redención es gratuita”.

El encuentro también fue una ocasión para que Francisco invitara a los fieles a participar en la liturgia penitencial que él celebrará el viernes, para la tradicional iniciativa de “24 Horas para el Señor” y para expresar sus augurios por los Juegos Paraolímpicos invernales, que se inaugurarán dentro de dos días en PyeongChang, Corea del Sur.

A las personas presentes en el aula Pablo VI, el Papa les recordó que la oración eucarística viene después de la presentación del pan y del vino. “En esta solemne Oración, la Iglesia expresa aquello que realiza cuando celebra la Eucaristía y el motivo por el cual la celebra, es decir,  la comunión con Cristo, realmente presente en el pan y en el vino consagrados”.

“En el Misal, hay varias fórmulas de Oración eucarística, todas ellas constituidas por elementos característicos, que quisiera recordar ahora (cfr. Instrucción General del Misal Romano, 79; CCC, 1352-1354). Ante todo, está el Prefacio, que es una acción de gracias por los dones recibidos de Dios, en particular por el envío de Su Hijo como Salvador, que se concluye con la aclamación del «Santo», que habitualmente es cantada: toda la asamblea une su voz a la de los Ángeles y Santos para alabar y glorificar a Dios. Luego está la invocación al Espíritu –epíclesis- para que, con su poder, consagre el pan y el vino. La acción del Espíritu Santo y la eficacia de las mismas palabras de Cristo, proferidas por el sacerdote, vuelven realmente presente -bajo las especies del pan y del vino- Su Cuerpo y Su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez por todas (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1375). Es Jesús mismo quien ha dicho esto de manera clara: ‘esto es mi cuerpo, esta es mi sangre’.

Es el «misterio de la fe». Al celebrar el memorial de la muerte y resurrección del Señor, aguardando su retorno glorioso, la Iglesia ofrece al Padre el sacrificio que reconcilia el cielo y la tierra: ofrece el sacrificio pascual de Cristo, ofreciéndose con Él y pidiendo, en virtud del Espíritu Santo, volverse «en Cristo, un solo cuerpo y un solo espíritu» (Oración Eucarística III; cfr. Sacrosanctum Concilium, 48; IGMR, 79f). Es esta la gracia y el fruto de la Comunión sacramental: nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo para volvernos, al comer de él, Su Cuerpo viviente en el mundo, hoy.  Misterio de comunión, la Iglesia se une a la ofrenda de Cristo y a su intercesión. En esta luz, «En las catacumbas, con frecuencia, la Iglesia es representada como una mujer en oración, con los brazos extendidos en actitud orante. Como Cristo extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1368)”.

“Nadie ni nada es olvidado en la Oración eucarística, sino que cada cosa es reconducida a Dios, tal como recuerda la doxología que la concluye. Nadie es olvidado, y si yo tengo a alguna persona, sean éstos parientes o amigos, que están en este mundo o en el otro, pueden nombrarse. Y ‘para que se pronuncie el nombre de mi madre, ¿cuánto debo pagar?’ Nada, la misa no se paga, la redención es gratuita, si yo quiero dar una ofrenda, está bien, pero la misa es gratuita”.

“Está formula codificada de oración, quizás la sintamos algo lejana, pero, si comprendemos bien el significado de la misma, entonces seguramente participaremos mejor. De hecho, ésta expresa todo aquello que realizamos en la celebración eucarística; y además, nos enseña a cultivar tres actitudes que jamás debieran faltar en los discípulos de Jesús: primero, aprender a ‘dar gracias, siempre y en todo lugar’, y no sólo en ciertas ocasiones, cuando todo marcha bien; segundo, hacer de nuestra vida un don de amor, libre y gratuito; tercero, construir la comunión de manera concreta, en la Iglesia y con todos. Por lo tanto, esta Oración central de la Misa nos educa, para que poco a poco, toda nuestra vida sea una ‘eucaristía’, es decir, una acción de gracia’”.

Al término de la audiencia, Francisco también recordó que dentro de tres días se inaugurarán los Juegos Paraolímpicos Invernales en la ciudad de PyeongChang, Corea del Sur, que recientemente fue anfitriona de la Olimpíadas. “Éstas han mostrado cómo el deporte puede tender puentes entre países en conflicto, y dar una contribución válida para una perspectiva de paz entre los pueblos. Los Juegos Paraolímpicos, aún más, atestiguan que a través del deporte se pueden superar las propias discapacidades. Los atletas y las atletas paraolímpicos son, para todos, un ejemplo de valentía, de constancia, de tenacidad, en el sentido de no dejarse vencer por los límites. De esta manera, el deporte parece ser una gran escuela de inclusión, pero también de inspiración para la propia vida, y de compromiso para transformar la sociedad.  Dirijo mi saludo al Comité Paraolímpico Internacional, a los atletas y a las atletas, a las Autoridades y al pueblo coreano. Les aseguro mi oración para que este evento pueda favorecer días de paz y de alegría para todos”

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