El fundamento del cristianismo, para el cual Jesús es el único Salvador de todo el hombre y de la humanidad entera, encuentra en la cultura de hoy tendencias reduccionistas de tipo individualista y espiritualista. Para reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, Dios y hombre, la Congregación para la doctrina de la fe hoy ha dado a conocer públicamente la Carta Placuit Deo (Agradó a Dios) para “resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales”.
El documento, que cuenta con la expresa aprobación del Papa, tiene el propósito de contestar dos tendencias presentes en la cultura contemporánea: la primera, de algún modo puede remontarse al pelagianismo, y nace de un “individualismo centrado sobre el sujeto autónomo” cuya “realización depende únicamente de sus fuerzas”, que ve a Cristo como “modelo, que inspira acciones generosas”, pero no como “Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros, a través del Espíritu”. La segunda, a la cual se la define como neo-gnóstica, apunta a “una salvación meramente interior”, la cual tal vez, suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado”.
En ambas, afirma el documento, no se llega a captar el sentido de la Encarnación del Verbo.
“En nuestros tiempos – observa la Congregación – prolifera una especia de neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios. Un cierto neo-gnosticismo, por su parte, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo, que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida». Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre”.
Pero “tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el hombre fuera un individuo aislado, que se auto-realiza con sus propias fuerzas, como lo propone el neo-pelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica?”.
Por otro lado, el hombre desde siempre se ha planteado la pregunta sobre el fundamento de su existencia, que puede remontarse a un “¿quién soy yo?, y al mismo tiempo, tiene una aspiración hacia lo alto, que no es sólo deseo de afirmación económica, política o relacional. “Con respecto a estas aspiraciones, la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de autorrealización, que sólo se pueden realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él mismo. La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia. Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él”.
Y si con el pecado el hombre se ha alejado de Dios, “en la plenitud de los tiempos, el Padre ha enviado a su Hijo al mundo, quien anunció el reino de Dios” y se ha “revelado plenamente como el Señor de la vida y la muerte en su evento pascual” Y la salvación que Jesús ha traído en su propia persona no ocurre sólo de manera interior. “De hecho, para poder comunicar a cada persona la comunión salvífica con Dios, el Hijo se ha hecho carne (cf. Jn 1, 14)”. “En resumen, Cristo es Salvador porque ha asumido nuestra humanidad integral y vivió una vida humana plena, en comunión con el Padre y con los hermanos. La salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu (cf. 1 Jn 4, 13)”.
“El lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia, comunidad de aquellos que, habiendo sido incorporados al nuevo orden de relaciones inaugurado por Cristo, pueden recibir la plenitud del Espíritu de Cristo (Rm 8, 9)”. “Comprender esta mediación salvífica de la Iglesia es una ayuda esencial para superar cualquier tendencia reduccionista. La salvación que Dios nos ofrece, de hecho, no se consigue sólo con las fuerzas individuales, como indica el neo-pelagianismo, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia”. Además, contrariamente a la visión neo-gnóstica de “una salvación meramente interior”, la Iglesia “es una comunidad visible: en ella tocamos el carne de Jesús, singularmente en los hermanos más pobres y más sufridos” a través de “las obras de misericordia corporales y espirituales”.
En su conclusión, la Carta afirma que “la conciencia de la vida plena en la que Jesús Salvador nos introduce empuja a los cristianos a la misión, para anunciar a todos los hombres el gozo y la luz del Evangelio. En este esfuerzo también estarán listos para establecer un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a «todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia». Mientras se dedica con todas sus fuerzas a la evangelización, la Iglesia continúa a invocar la venida definitiva del Salvador, ya que «en esperanza estamos salvados» (Rm 8, 24). La salvación del hombre se realizará solamente cuando, después de haber conquistado al último enemigo, la muerte (cf. 1 Co 15, 26), participaremos plenamente en la gloria de Jesús resucitado, que llevará a plenitud nuestra relación con Dios, con los hermanos y con toda la creación. La salvación integral del alma y del cuerpo es el destino final al que Dios llama a todos los hombres”.