El padre Felipe de Jesús Sánchez Gallegos vivió cinco años evangelizando en lo más alto de la sierra de Durango, en el famoso “Triángulo de Dorado” —entre Durango, Chihuahua y Sinaloa—, por decisión propia. Él pidió a su obispo que lo enviaran ahí; evangelizó y lloró los muertos de los campesinos y de la gente que siembra la amapola y la mariguana para sobrevivir.
Por Chucho Picón
El padre Felipe de Jesús Sánchez comparte al micrófono de El Observador que en la sierra de Durango hay personas muy humildes que se dedican a la siembra normal de maíz y frijol; otros más, que son la gran mayoría, se dedican a la siembra de la amapola y mariguana. Ahí también se encuentran los líderes y cabecillas del narco, que protegen estos extensos territorios y sembradíos, dedicados a la producción y el trasiego de la droga. “Con todos ellos tenía que convivir… No se les pueden negar los sacramentos a nadie”. Y no se puede renunciar a la lucha de llevarles un mensaje de paz, de amor, perdón y misericordia: “A todos ellos tenía que evangelizar por igual y convencerlos de que cambiaran de vida… Una vez pasó una camioneta de encapuchados, armados hasta los dientes, y se bajó uno de ellos y me dijo: ‘Padre Felipe, deme su bendición, ore por mí para que deje todo esto’. Otro más, en confesión, renunció a esta vida de muerte y destrucción, y hoy vive con su familia en otro lugar, lejos de esta vida que mata. Sí, suceden milagros por la fuerza poderosa de la Eucaristía y la sanación; muchos de ellos han dejado ese estilo de vida”.
El padre Felipe aprovechaba al máximo las Misas de 15 años, las bodas y los bautizos, pues son los únicos momentos en que los miembros del crimen organizado se acercan a la Iglesia; y ahí les daba una sesión de catequesis y doctrina, un momento de adoración al Santísimo, y confesaba y concluía con la Santa Misa. No podía perder esa oportunidad de tenerlos ahí, todos en un sólo momento, pues sabía que era el único tiempo en que podía reunir a la gente.
SUS ARMAS: ALBA, ROSARIO Y LA EUCARISTÍA
Algo más que relata el padre Felipe es cómo se fue ganando el respeto y el cariño de la gente, de los sicarios, de los líderes del narco de esta zona. “Primero ellos me amenazaban de muerte, me insultaban, se burlaban, se me cerraban en las brechas y caminos, pues así es su vida y así resuelven las cosas, a balazos; y yo sólo armado con mi alba, rosario y la Eucaristía, no me amedrentaba; les hablaba fuerte también de frente, sin bajar la mirada, me les fajaba; si cedía, se iban a aprovechar de mí. Después ellos vieron que yo sólo quería ayudarlos y amarlos, y así, a la hora que fuera, yo iba a ver a sus enfermos y heridos, o a dar la Extremaunción a sus muertos y a sepultarlos, hasta lo más lejano. Me acabé cuatro camionetas por lo agreste de los caminos, y dos veces perdí el control de la camioneta y estuve a punto de morir. Otras veces mediaba con el ejército y con el general de la zona militar, para que no violaran los derechos humanos de las mujeres y niños; así me los fui ganando. Una vez me dijeron: ‘¿Por qué no se ha ido, padrecito; nosotros lo insultamos, le robamos y usted no se rinde?’, y les dije: ‘Estoy aquí por Dios’. De ser rechazado ahora ellos me cuidaban y defendían, ya tenía un código en las trasmisiones de radio, era código cuatro, un intocable; así se escuchaba: ‘Ahí va código cuatro, abran paso’. Así me movía libremente entre la brechas y caminos, entre las montañas y pendientes; los halcones me cuidaban ahora porque sabían que iba a ver a su gente: mujeres, niños y ancianos para atenderlos”.
LA GRACIA DE LOS SACRAMENTOS
Al preguntarle cómo resistió este tiempo, él comenta que hacía todos los días ejercicio, se paraba temprano a correr; después tenía su momento de oración, y no podía faltarle la celebración eucarística diaria. De esto sacó la fuerza para soportar humanamente el ver a seres humanos masacrados, familias divididas por el odio y rencor por las venganzas, casas quemadas, mujeres violadas, noches entre el silbido de los tiroteos y la cadencia de la metralla. “Años después a mi regreso a la ciudad sufrí de estrés postraumático; pero ahí, lo que humanamente te sostiene, es la fuerza espiritual y la gracia de los sacramentos. Al concluir mi misión, después de cinco años, mi obispo me dijo que ya había terminado mi tarea, que tenía que regresar, y Dios me dio un maravilloso regalo, un regalo hermoso: atender a los indigentes y migrantes en la parroquia de Santa María Goretti en Monterrey, Nuevo León México, pero ésa, es otra historia…”.
Primera de dos partes: la próxima semana la segunda parte «Ángel de Misericordia»
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