Por Luis Antonio Hernández, Director de Voto Católico

Esta campaña electoral, que vive ya sus últimas semanas, se ha caracterizado por ser una contienda en la que no sólo los candidatos a la Presidencia de la República han privilegiado los agravios, la descalificación y denostación, por encima de las propuestas y argumentos que nos permitan vislumbrar un horizonte de futuro para nuestro país.

Los ciudadanos también han hecho suyo el rumor, los discursos de división, encono, rencor y miedo, que hoy tienen confrontada a la población.

Actualmente la competencia política ya no es únicamente entre quienes aspiran a gobernar los destinos de nuestra nación, sino que se ha convertido en una lucha entre hermanos, muchos de los cuales identifican en cada uno de los proyectos políticos, la expectativa de varios Méxicos, uno mejor, uno malo y otro indeseable para algunos, pugna que de no frenarse a tiempo podría producir una herida cultural que difícilmente sanara.

Los católicos y personas de buena voluntad tenemos la responsabilidad de convertirnos en factores de unidad, de propiciar el entendimiento, necesitamos escuchar, reflexionar, no tratar de imponer a los demás lo que pensamos y creemos, sino compartir nuestras inquietudes, lo que llevamos dentro, con el propósito de que surja el verdadero diálogo y no la confrontación de ideas que nos separan y polarizan.

El desarrollo democrático radica en la capacidad de los electores para analizar objetivamente y de frente a sus principios y convicciones personales, la trayectoria, posturas y plataformas electorales de cada uno de los aspirantes a cargos de elección popular, en la posibilidad de reflexionar individualmente y en familia sus planteamientos y proyectos de gobierno.

Se materializa en la posibilidad de decidir de manera libre y sin injerencias por la mejor opción para la comunidad, para el bien de todos.

Las elecciones de 2018, son una magnífica oportunidad para reconstruir la sociedad, para renovar los paradigmas en que se ha sustentado el desarrollo nacional, para buscar el bien posible, nunca el mal menor.

Pero, sobre todo, para sentar las bases de una nueva cultura política alejada de la mentira, la confrontación, la intolerancia y el odio por quienes piensan diferente; que en los años porvenir promueva en su lugar el compromiso de participar para transformar, que privilegie el voto razonado y en conciencia, producto de un riguroso discernimiento personal y familiar, en favor de los principios y valores fundamentales, que sostienen, dan  sentido y rumbo a la organización social, como: derecho a la vida, dignidad humana, fortalecimiento de la familia, derecho de los padres a educar a sus hijos y libertad religiosa.

México está llamado a ser un pueblo fraterno, en justicia y en paz. Para lograrlo es necesario sumarnos y dejar de confrontarnos.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador 10 de junio de 2018 No. 1196

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