Por Mario De Gasperín Gasperín
La experiencia de Jesús de su cercanía con los poderosos nada tuvo de agradable. Mantuvo siempre una prudente lejanía con el poder y sus recomendaciones a los discípulos están llenas de cautelas y advertencias. Cuando los manda a predicar, les advierte que serán llevados a los tribunales y que los envía “como ovejas en medio de lobos”; por eso, deberán ser “astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10,16).
Durante su vida familiar en Nazaret Jesús compartió la experiencia dolorosa que sus padres padecieron por la arbitraria decisión del emperador Augusto de censar a sus súbditos para presumir su dominio y aumentar sus ingresos con impuestos; le comentaron el porqué de su nacimiento en la cueva de Belén, de la matanza de sus pequeños paisanos por los celos autoritarios de Herodes, de su huida precipitada como emigrante perseguido a tierra extraña y del tener ahora que vivir en la paupérrima Nazaret. Estas experiencias familiares dejaron en el alma de Jesús recuerdos profundos de dolor, como los tiene cualquier emigrante forzado en la actualidad.
Durante su vida adulta de predicador le advirtieron que Herodes, el asesino de Juan Bautista durante una borrachera, andaba tras él, y tuvo que alejarse del lugar (Mt 14,1); más adelante le avisaron: “Tienes que salir e irte de aquí porque Herodes anda buscándote para matarte” (Lc 13, 31), pero Jesús le manda decir “a ese zorro” que las horas del día son doce y que él camina mientras brille la luz del sol que el Padre le ofrece. A Pilato, dispuesto a juzgarlo, le recordará que su poder, cualquiera que sea, le viene de Dios, que su comportamiento debe ser mesurado, cosa que el agnóstico procurador rechazó por complacer a sus jefes.
La experiencia de Jesús con la autoridad fue dolorosa y el Credo católico la recoge afirmando que Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”. Durante toda su vida Jesús fue víctima del poder, y el poder se comportó con él como enemigo de Dios.
Esta hostilidad tiene raíces misteriosas, más allá del orden natural. Durante las “tentaciones”, el Diablo le muestra a Jesús “todos los reinos del mundo”, prometiéndole: “te daré todo esto si te postras y me adoras” (Mt 4,9). La mentira, el cinismo y la soberbia son instrumentos concomitantes a la conquista, ejercicio y conservación del poder a cualquier precio. Pretender sustituir a Dios es satánico como afirmar que “en política todo se vale”.
Las imágenes zoomorfas le parecieron a Jesús las más apropiadas para hacer sus recomendaciones. El cristiano está advertido que caminará entre lobos y que se topará con zorros, pero que debe aprender a combinar la sabiduría con la sencillez, la astucia con la humildad, primero para domesticar la propia serpiente interior y, después, para potenciar la sencillez de la paloma con la sabiduría de la serpiente. La paloma lleva un ramo de olivo. De la serpiente tiene que aprender el discípulo a levantar la cabeza y dejar de reptar, y de la paloma aprenderá a levantar el vuelo y a ser sencillo sin mezcla de ingenuidad. Los buscadores del poder, los llamados “candidatos”, nada suelen tener de cándidas palomas, pero nada justifica catalogarlos como serpentinos. Las imágenes no deben estirarse más de lo justo. Pero el discípulo de Cristo siempre transitará por “la selva salvaje, áspera y dura” como llamaba Dante a la comedia humana y divina en que estamos inmersos, desechando la ponzoña de la serpiente, pero sin incurrir en la ingenuidad de la paloma. Para eso son el Evangelio y los siete dones del Espíritu Santo.