Por Jaime Septién

Para nadie es un secreto que AMLO se apropió del lenguaje católico para hacer esta última campaña que lo llevó a la presidencia. Desde el acrónimo «Morena» (de Movimiento de Regeneración Nacional), fuertemente ligado a la Virgen de Guadalupe, hasta la frase «en mi gobierno, primero los pobres», pronunciada la noche del 1 de julio en el Zócalo, que remite al deseo del Papa Francisco: «¡Ah, cómo quisiera una iglesia pobre y para los pobres!».

En la revista inglesa Catholic Herald el padre Alexander Lucie-Smith, se pregunta en su artículo «¿Qué significa el nuevo presidente radical de México para la Iglesia?», cómo se las arreglará AMLO con el Papa, «dada la forma en que su conversación sobre los pobres y los marginados tiene, al menos en apariencia, mucho en común, y dado también el hecho de que las relaciones del Papa con los obispos mexicanos no siempre han sido fluidas».

López Obrador, en los debates, anunció la invitación al Papa Francisco a que lo acompañara en este período de transición, para formar un grupo que fortalezca los derechos humanos en México. Ha cambiado: ahora son «líderes religiosos». Pero la Iglesia católica, fiel a su misión, tendrá que liderar este proceso. Simplemente porque el catolicismo está en el ADN de México. Sin exclusiones, pero haciendo del lenguaje del ganador de la contienda electoral y de su compromiso verbal afín al Papa, una realidad.

Más de 60 millones de pobres en México reclaman este liderazgo. Y el acompañamiento al político, sea de izquierda o de derecha, o de centro o de ningún lado, debe dejar atrás las formas palaciegas y atreverse a unir esfuerzos con los millones de laicos católicos dispuestos a hacer realidad «la opción preferencial» (que no exclusiva) por los pobres.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 8 de julio  de  2018 No. 1200

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