Por Jorge Ocaranza

Estábamos en medio de un curso que parecía iba a estar no necesariamente bueno, cuando de repente vi una frase que me paró en seco:

«El desempeño es igual a la creencia».

Desde hace varios años he hablado y meditado sobre esto de las creencias. Las creencias positivas nos llevan a desempeños positivos. Las creencias negativas nos llevarán a desempeños negativos.

¿Crees que eres guapo o guapa? No importa lo que la gente diga o piense. Actuarás como alguien guapo. ¿Crees que no sabes bailar? Te quedarás viendo a todos los que «sí saben» bailar. ¿Crees que eres tonto, o listo? Así actuarás. Así te irá en la vida.

Las creencias se «implantan» en nuestro ser porque alguien con mucha injerencia en nosotros nos lo dijo y nos lo creímos. Nuestros papás, maestros o alguien normalmente muy cercano y querido. Nuestras creencias definen, pues, nuestros desempeños en las diferentes áreas de nuestras vidas.

El gran secreto es que para cambiar el desempeño lo que tenemos que cambiar es la creencia. Muchos tratamos de cambiar malos desempeños con castigos o con premios. También con mucha práctica o utilizando técnicas modernas y «probadas».

El desempeño se modifica al cambiar la creencia. Si tenemos una creencia errónea de lo que Dios tiene de nosotros, tendremos un desempeño contrario a los planes y propósitos que Él tiene para nuestras vidas.

¿Crees que Dios te ama tanto que envió a su hijo y que murió por ti?

¿Crees que Dios te perdona y manda tus pecados al fondo del mar?

¿Crees que Dios se preocupa por ti y te cuida todos los días de tu vida?

¿Crees que Dios está en ti?

Me encontré esta oración para reforzar esta creencia:

Querido Padre,

Ayúdame a verme como Tú me ves  –perdonado, amado, y precioso ante Tus ojos-, ya que soy de hecho una nueva creación en Cristo. Niego y suprimo las mentiras del enemigo con respecto a quién soy. Guíame hacia un entendimiento profundo de mi identidad en Cristo. Creo en Ti. Ayúdame a combatir mis faltas
de creencias.

En el nombre de Jesús, Amén.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 3 de junio de 2018 No. 1195

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