Alrededor de unos 600 años posteriores a la invención que cambió la historia de la producción de conocimiento humano, la imprenta, el cúmulo de conocimientos que se desarrollaron desde la antigüedad hasta los años sesenta del siglo pasado le llevaron al más ambicioso proyecto que jamás se haya hecho, inclusive hasta la fecha: el viaje a la Luna.

Soy de los que les tocó ver a través del televisor en blanco y negro aquellas imágenes impresionantes tomadas por el Apolo 8, en donde desde la órbita lunar se veía la Tierra, nuestro planeta azul, al fondo iluminando el sistema solar con su reflejo. Luego de seis viajes en que el hombre logró alunizar y pasear por la luna, desde el Apolo 11 hasta el Apolo 17, con la excepción que prueba a los escépticos la veracidad de la mayor aventura humana, el Apolo 13, que fue una experiencia fallida, se lograron traer valiosos testimonios del pasado, que explican quiénes somos y qué podríamos ser.

El comandante de la misión del Apolo 17, Gene Cernan, al dejar la Luna el 14 de diciembre de 1972, siendo el último hombre que la ha pisado, dijo:

«Estoy en la superficie, y mientras doy los últimos pasos del hombre en la superficie de regreso a casa (…), me gustaría simplemente decir lo que creo que contará la historia, y es que el desafío de hoy ha forjado el destino del hombre de mañana. (…) Nos vamos como vinimos y, si Dios quiere, como volveremos: con paz y esperanza para toda la humanidad. Dios bendiga a la tripulación del Apolo 17».

Los viajes a la Luna significaron un capítulo de la denominada Guerra Fría, que para las nuevas generaciones quizás no representa ni se entiende lo que en realidad significó: una carrera disuasiva nuclear mutua entre las dos potencias ganadoras de la segunda guerra mundial, la Unión Soviética y los Estados Unidos. Una carrera que amenazaba con desembocar en la tercera guerra mundial. El haber volteado la mirada de poder hacia la conquista del espacio, abrió espacios insospechados, tanto en lo político como en lo económico, no se diga en lo científico, en lo social, pero también en lo religioso.

Los viajes a la Luna, como bien lo dijo el astronauta Cerman, forjarían el destino del mañana; diríamos, como un herrero a las herraduras de un caballo, esos viajes forjaron la industria de las telecomunicaciones, de las microprocesadores, micro circuitos y computadoras, el desarrollo de nuevos materiales a partir de plásticos y del silicio; abrió un nuevo horizonte a la transmisión de eventos, información y datos en cualquier latitud al través de los satélites. Sin el viaje a la luna el Hombre no habría hecho laptops, ni mails, ni internet; mas al margen de ello, abrió los ojos a la ciencia para explorar aspectos que comprobaban lo establecido por la teoría cuántica y la teoría de la relatividad, tan sólo por mencionar algunas cosas; dejamos a un lado las observaciones que se pudieron hacer sobre la sobrevivencia del ser humano en el exterior de la Tierra.

La parte que nos ocupa es el asunto de las creencias prevalecientes hasta aquellos días y lo que el hombre pudo empezar a entender con mayor claridad: lo que quiere decir Dios, cuando Jesús subió a los cielos.

Una vez que se explicaron muchos misterios —no todos— con esos maravillosos viajes, surgió una pregunta: ¿A dónde se fue Jesús cuando subió a los cielos? Una cosa era ver las estrellas y otra era ver a la Tierra desde una distancia suficiente para fotografiarla y observar qué es lo que habitamos; se trata de un planeta, sin luz propia, pero que cuando se ve desde el espacio brilla con su color azul, y esa fue la morada que Dios eligió para la humanidad.

Como otras muchas cuestiones que aún el hombre no ha resuelto, está el lugar donde radica la eternidad; aunque para muchos pueda ser irrestricto saber en dónde y en qué dimensiones se encuentra, los viajes a la Luna nos dieron una luz: no todo lo va explicar la ciencia.

Si pudiera arrebatar a Antoine de Saint-Exupéry, aviador por cierto, un pedazo de su sabiduría para sintetizar las enormes implicaciones de los viajes a la Luna, sería esto: «Lo esencial es invisible para los ojos»; sólo se ve bien desde la fe. Bien sabemos que la puerta es más pequeña que una semilla de mostaza y que hay diez reglas a seguir y siete pecados con los que no hay que andarse metiendo. Ambas cosas estaban desde antes de estos viajes maravillosos y estarán antes de los que sigan ayudando al hombre a explicar misterios.

Tema de la semana: El hombre pisa la luna

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 22 de julio  de  2018 No. 1202

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