Por Fernando Pascual
En los debates sobre el aborto y sobre el supuesto derecho al mismo concurren diversos argumentos, pero el fondo de las discusiones gira sobre el modo de considerar al ser humano en su periodo de desarrollo inicial.
Para algunos, embriones y fetos no tendrían dignidad, ni valor, sino que dependerían plenamente de lo que sus madres decidan sobre ellos. Si aman al hijo, buscarán que nada impida su nacimiento. Si no lo aman, los defensores del derecho al aborto consideran que pueden pedir su eliminación.
Luego, en el debate intervienen asociaciones de todo tipo. Algunas agrupan a médicos y científicos. Otras a juristas y políticos. Intervienen también grupos culturales, o promotores de los derechos de las mujeres, o asociaciones que tutelan a discapacitados.
En el núcleo del debate, sigue la pregunta: ¿qué valor puede tener un embrión humano? No hay manera de eludir este punto, por más que algunos enfaticen que se trata de un asunto privado de la mujer, que decide según sus apreciaciones sobre lo que hay en sus entrañas.
Luego, los defensores de cada punto de vista buscarán añadir consensos y apoyos a las propias tesis. Suponen, así, que si llegan a contar con más apoyos, sobre todo si son ofrecidos por organismos y personalidades importantes, sus respectivas posiciones aparecerían como correctas y, así, como «vencedoras» en el debate.
Sabemos, sin embargo, que mil declaraciones no son suficientes ni para afirmar lo opuesto a la realidad, ni para negar lo que estaría de acuerdo a ella. El número de partidarios o de adversarios de una tesis no la convierten automáticamente en verdadera o falsa.
En el tema de los embriones y fetos, podríamos individuar dos puntos que ayudarían a superar la lógica de los votos y de las listas de apoyos, para fijarse en el núcleo de la cuestión.
El primero consiste en reconocer que todos los que hemos nacido fuimos un día embriones. Es decir, todos los seres humanos que han superado el umbral del parto han vivido durante varias semanas en el seno de una mujer.
El segundo lleva a evidenciar que el inicio de una vida humana en circunstancias difíciles para una mujer (desempleo, abandono de la propia pareja, discriminaciones hacia las madres solteras, etc.) no puede ofuscar lo que está ocurriendo en las entrañas de una madre: ha comenzado a existir dentro de ella un hijo.
Estos dos puntos pueden quedar olvidados, incluso para algunos excluidos, en el debate, lo cual es sumamente grave. Porque al discutir sobre el aborto no se trata de un asunto privado que no tiene relevancia alguna sobre una vida humana inicial. Lo que se trata es de aclarar qué valor tenga esa vida y cómo merece ser tratada.
Mientras el debate sobre el aborto sigue en algunos países, mientras que en otros el aborto se ha convertido en una práctica vista como plenamente normalizada, la realidad es que cada año millones de mujeres escogen y piden la muerte de sus hijos, mientras otras millones de mujeres buscan caminos concretos para llegar al día del parto en las mejores condiciones para ellas y para sus hijos.