Por J. Jesús García y García

Morelos está en el Cielo e, incongruentemente, la masonería lo enlista entre sus miembros más conspicuos y hasta asigna su nombre a algunas logias (como una que opera en Salvatierra, Gto.)

José María Teclo Morelos y Pavón (Valladolid, Michoacán, 30 de septiembre de 1765 – Ecatepec, Estado de México, 22 de diciembre de 1815) fue el genio de la segunda etapa de nuestra guerra de independencia. Tras 24 años de vida más que modesta, entró al seminario de Valladolid, donde se ordenó sacerdote a los 30. Estuvo al frente del doble curato de Carácuaro y Nocupétaro hasta 1811, cuando se incorporó a la lucha armada. Ayudado de lugartenientes que supo elegir entre líderes campiranos, logró conquistar casi todo el sur del país y parte del centro. Su más célebre acción militar es el sitio de Cuautla. Organizó el Congreso de Anáhuac, en el cual presentó sus «Sentimientos de la Nación». El Congreso aprobó (22 de octubre de 1814), en Apatzingán, la primera Constitución de México, cuya vigencia nunca se logró. Luego de varias derrotas, Morelos fue capturado en Tezmalaca y, finalmente, fusilado.

El padre Mariano Cuevas, historiador cuasi oficial de la Iglesia en México, dice de Morelos y sus colaboradores: «Hombres de constancia y fe en un ideal, comprendieron que la religión debía ser la base principal y unitaria sobre la cual se alzase el edificio de las leyes para no exponerse con el tiempo a nuevas guerras por motivos religiosos.- Por eso, sin duda, y porque del corazón les nacía, asentaron en el primer capítulo [de la mencionada  Constitución] que: ‘La religión católica, apostólica, romana es la única que debe profesar el Estado’. Y no se contentaron aquellos legisladores con que la religión católica fuese la única del Estado, sino que, además, en cuanto a los individuos, sería requisito indispensable el profesar la misma religión si querían ser ciudadanos mexicanos. ‘La calidad de mexicanos [se estipuló] se pierde por crimen de herejía, apostasía y lesa nación. Los transeúntes serán protegidos por la sociedad… con tal que reconozcan la soberanía e independencia de la Nación, y respeten la religión católica, apostólica, romana’».

Ni siquiera en cuanto a que Hidalgo haya sido masón se ponen de acuerdo los historiadores de la misma orden.

De la supuesta filiación masónica de Morelos no existe la mínima prueba fehaciente. Apenas podría aducirse el hecho muy precario de que haya admitido la cercanía de ciertos individuos sospechosos de ser masones, que más tarde lo fueron de forma abierta.

En cambio tenemos la evidencia de que tanto el «Padre de la Patria» como el «Rayo del Sur» murieron en el seno de la Iglesia, con sus pecados sacramentalmente perdonados, sin rechazar el Viático, cosas que repelen quienes mueren «en pie y al orden» (Ocampo, Mújica y Cárdenas, por ejemplo).

Nuestro héroe lloró amargamente al escuchar de labios de los inquisidores este inicuo fallo: «Que el Presbítero Don José María Morelos era hereje formal negativo, fautor de herejías, perseguidor y perturbador de la jerarquía eclesiástica, profanador de los Santos Sacramentos, traidor a Dios, al Rey y al Papa, etcétera».

Porque eso sí hay que admitirlo: la Inquisición mexicana jugó un lamentable papel en el juicio de que hablamos, ya que, en los estertores de su inevitable desaparición, oficiosamente suplicó a Calleja que le diera intervención en el caso y, habiendo logrado su deseo, desempeñó un rastrero papel al servicio del régimen virreinal, actuando, además,  con insidia y saña patentes. «¡Desastroso afán —comenta Cuevas— de mezclar y amalgamar las cosas espirituales con las temporales!». Morelos soportó con resignación la actitud de los inquisidores, perfectamente reconciliado con Dios y no con esa fórmula entelequial del Gran Arquitecto del Universo.

¿Dónde anduvo, si existió, la autenticidad masónica de Morelos?

TEMA DE LA SEMANA: LA VERDADERA “CONSTITUCIÓN MORAL” DE MÉXICO
Publicado en la edición impresa de El Observador del 9 de septiembre de 2018 No.1209

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