Aunque el año laico o civil comienza el 1 de enero y termina el 31 de diciembre, el cristianismo tiene su propio conteo del tiempo, el calendario litúrgico, en el cual Dios y sus misterios están en el centro de todo, de manera que el ritmo se marca mediante el Día del Señor (domingo), y así, para los cristianos, el inicio del año está ligado con el Adviento, y su conclusión con la fiesta de Cristo Rey.
En los primeros años de la Iglesia el único conteo religioso del tiempo tenía que ver con el domingo, el Día del Señor.
Poco a poco se fueron desarrollando distintas fiestas y conmemoraciones de manera que se hicieran presentes todas las enseñanzas y misterios de Cristo.
Fue hasta el siglo IV cuando comenzó un desarrollo más claro de lo que sería el año litúrgico, y sólo entre los siglos VIII y IX se puede hablar ya de una estructura litúrgica de recurrencia anual, si bien el nombre «año litúrgico» fue inventado hasta 1866 por el liturgista benedictino Dom Guéranguer.
El último domingo del año litúrgico es aquel en que se celebra la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, con un sentido claramente escatológico, es decir, con la esperanza en la vida eterna.
En 1925 el Papa Pío XI explicó por qué convenía colocar la festividad de Cristo Rey hacia el final del año litúrgico:
«Pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey».
Al ver de frente el calendario litúrgico podría pensarse que los cristianos están en la misma condición que los no creyentes: atrapados en el ciclo interminable y repetitivo de la historia. Pero si se mira de costado, es en realidad una espiral ascendente, cada vez más cerca del Reino absoluto y perfecto de Cristo, que sólo se manifestará tras su Segunda Venida (Segundo Adviento); por eso el tema de las lecturas bíblicas en el fin del año litúrgico siempre tiene continuidad con el inicio del siguiente año litúrgico o Tiempo de Adviento.
TEMA DE LA SEMANA: PREPARADOS PARA EL ADVIENTO
Publicado en la edición impresa de El Observador del 25 de noviembre de 2018 No.1220