José Villela Vizcaya es médico psiquiatra y nadador paralímpico. Originario de Ciudad de México, tiene 32 años de edad y es un ejemplo de cómo de la mano de Dios se puede encarar la adversidad, pues a sus 24 años un camión de basura cayó sobre él y lo dejó paralítico
Por Chucho Picón
José, ¿qué ha significado para ti el reto de representar a México en los juegos paralímpicos, y cómo has ido descubriendo lo que Dios te ha pedido?
▶ Ha sido todo un camino el ir descubriendo día a día más bendiciones en mi vida, contrario a lo que muchas veces pensamos cuando estamos jóvenes: que el camino va a ser ganar, ganar y ganar. Ha sido más bien un camino de altibajos, donde ha habido grandes pérdidas, pero también ha habido, gracias a Dios, grandes conquistas.
Me ido poco a poco empapando de lo que es la vida, entendiéndola desde una óptica distinta a la que, como joven, me había imaginado. Sobre todo por los alcances que puede tener el meterle amor a todas las actividades. Intento meterle el corazón a mi actividad profesional, y a mi identidad como deportista también, y eso me ha llevado a disfrutarlo enormemente, porque no es una imposición sino que acaba siendo algo que surge del corazón.
Ha sido, pues, un proceso, aunque no del todo grato; pero al final, cuando veo la película completa de mi vida, creo que he puesto el mayor empeño para lograr hacer de esta vida, con sus dificultades, una vida con sentido.
¿Cuál ha sido la «noche más oscura», el momento más difícil de tu vida?
▶ Definitivamente cuando desperté a esta nueva realidad, después del accidente que tuve: cayó un camión de basura sobre mi coche y quedé paralizado. Trascurrieron varios días en los que estuve en estado de coma, y en el momento de despertar fue sin duda la «noche más oscura» de mi vida, de mi alma; en un momento me sentí perdido, sin rumbo, sin saber qué me quedaba en la vida, si había un sentido después de todo lo que estaba viviendo.
Fue un momento de mucho sufrimiento, como en cualquier «noche oscura»; pero me permitió ver, desde otra óptica, algunas de las cosas importantes de la vida. Es verdad que en la noche muchas cosas no se ven, pero hay otras que sólo se ven de noche, como las estrellas. Y así ha sido para mí: que en esos momentos de vulnerabilidad he podido ver con más realismo mi propia vida y mis propias capacidades, y eso me ha llevado a entender que no soy Superman, que tengo límites, y que eso Dios lo tiene más que contemplado, que Él se vale de instrumentos que tenemos límites —que tenemos caídas, o enfermedades, o deficiencias, o discapacidades— para llevar su mensaje de amor a los demás. Y ésa se ha vuelto como otra vocación no pedida. ¡Y una honra al mismo tiempo!, que la gente esté dispuesta a escuchar el testimonio de otra persona, y, sobre todo, que les pueda ser de utilidad no como una motivación pasajera, sino que realmente te lleve a reflexionar.
¿Cómo era tu vida antes del accidente?
▶ En ese momento era un estudiante de medicina; estaba acabando el año del internado, que es el quinto año de la carrera; y mi vida tenía altas y bajas, con épocas mejores y otras peores. Siempre había tratado de ser una persona congruente, un chavo sano; la verdad que no andaba en malos pasos ni mucho menos; pero realmente me faltaba mucho por descubrir lo que es realmente la vida. Yo pensaba que ya con lo que había vivido, con mis padres enfermos y con algunas dificultades que habíamos atravesado en la etapa de mi infancia, ya tenía yo una visión completa. Pensando así no pude estar más lejos de la realidad.
¿Qué le pedías a Dios cuando despertaste? ¿Tu fe cómo influyó para sobreponerte a ese momento tan difícil?
▶ Realmente lo que yo buscaba era encontrar una manifestación de Su Amor en medio de todo aquel dolor. Pero, como seres humanos, estamos acostumbrados a pensar en manifestaciones de amor como apapachos, como cosas dulces, como una caricia; y descubrí que no, que realmente la manifestación del amor de Dios era indiscutible el estar vivo, el poder ir dando poco a poco pequeños pasos en mi recuperación, y el ver Su Amor reflejado en el amor de todos los que me rodeaban en ese momento.
¿Cuál es tu lesión, y cuáles son los talentos que Dios te ha concedido?
▶ Tengo una lesión en la médula espinal, que es una lesión de escasos centímetros pero que implica muchos déficits neurológicos en mi cuerpo: no tengo movilidad ni sensibilidad en gran parte de mi cuerpo; también la función de mis órganos internos, como el intestino, la vejiga y demás, están comprometidos.
Pero he descubierto un sinnúmero de otras cosas que sí puedo hacer, y eso depende más de encontrar razones para salir adelante, ¿y hasta dónde es el límite?, hasta donde nuestro empeño o nuestra garra nos lo permitan.
He descubierto también que la silla de ruedas se ha vuelto una oportunidad para la empatía; eso es lo que trabajo todos los días con mis pacientes, que tienen trastornos emocionales y trastornos mentales. ¡Y es lo más difícil de lograr: la empatía! Y que la silla se vuelva, en lugar de un obstáculo, una herramienta, creo que es como darle la vuelta al camión de basura, y, en lugar de ponerte debajo de él, ponerte encima.
¿Dios qué te quitó?
▶ Dios no me ha quitado nada. Dios me ha dado todo; y el hecho de que hoy pueda estar aquí es un reflejo más de ese amor que me tiene.
¿Qué le dices a quiEn esté pasando por un momento difícil?
▶ Que no luche directamente contra la emoción; no se trata de decir «No quiero estar triste» o «No debo estar triste», sino más bien primero permitirte sentir lo que estás sintiendo.
Segundo, buscar ayuda, pues no estamos solos. Puedes ser ayudado por un sinnúmero de personas, no necesariamente profesionales: familia, amigos, gente de buena voluntad.
Y tercero, que hablen, que dejen salir esas emociones. Nadie dijo que sería fácil el camino de la vida; eso es una mentira que nos han querido vender los medios de comunicación, Hollywood y demás: que la vida puede ser pura sonrisa y pura pachanga. ¡No es verdad! La vida tiene su ingrediente de dolor y de sufrimiento desde que el hombre ha sido hombre, y es precisamente por ese ingrediente de sufrimiento que la vida adquiere también un sabor; ¡es como la sal de la vida!, ¡lo que le da el toque del que nuestra vida muchas veces requiere!
Publicado en la edición impresa de El Observador del 25 de noviembre de 2018 No.1220