Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

Dios no recibe respuestas con palabras.

Lao-tsé

El día más importante para la Iglesia en Oriente después de la Pascua de Resurrección, el 6 de enero del 2019, se ha consumado la separación total de la Iglesia Ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú.

El episodio recuerda el que produjo hace un milenio el Cisma de Oriente, con la ruptura de relaciones y la excomunión mutua de los arzobispos de Roma y Constantinopla del año 1054.

▶ Paradójicamente, hace medio siglo, en la víspera de ese día, 5 de enero de 1968, los representantes de ambas investiduras, el apenas canonizado Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, suturaron esa herida dándose en Jerusalén un abrazo que le dio la vuelta al mundo.

▶ Ahora, con la firma que echó el patriarca ecuménico Bartolomé en la catedral de San Jorge de Estambul, en el decreto solemne (tomos) que reconoce como legítima la decimoquinta Iglesia ortodoxa autocéfala de la historia, en presencia del nuevo patriarca ucraniano Epifanio y del Presidente de esa república, Piotr Poroshenko, se abre un enfrentamiento entre Bartolomé y el Patriarca Cirilo de Rusia, muy distinto a la reconfiguración cristiana luego de la caída del muro de Berlín y muy inquietante respecto a la expansión del Islam en las dos Europas.

La drástica medida, fruto del Concilio de Kiev, que concluyó el 15 de diciembre del 2018 en la catedral de Santa Sofía, aprobando la creación de esta Iglesia ortodoxa autocéfala, con Epifanio, de 39 años de edad, al frente, no se dejó influir por los argumentos esgrimidos por el Patriarca Cirilo respecto a la abrumadora membresía que en el ámbito ortodoxo tiene el patriarcado bajo su jurisdicción.

La ruptura entre las Iglesias de Rusia y Ucrania ahonda sus discrepancias en el marco del litigo internacional que enfrentan ambos estados respecto a la soberanía de Crimea y da otro varazo a las ramas del tronco evangélico, ya zarandeadas hace algunos meses con motivo del aniversario 500 del inicio del cisma de Occidente.

Acorde a los signos de los tiempos, el Papa Francisco da otra vuelta de tuerca a su servicio petrino justo cuando en términos civilizatorios los cristianos y los musulmanes, con el monoteísmo judío como fiel de la balanza, hemos de alentar con energía: la unidad de los cristianos, a favor de la cual sostendremos, del 18 al 25 de enero, un octavario de oración.

Francisco ha plantado una huella honda en la catolicidad de los primeros años del tercer milenio de nuestra era ratificando cómo, si bien la autoridad en las comunidades eclesiales proviene tanto de las Escrituras como de la Sagrada Tradición, en la vida operativa de los pueblos la convivencia social (política) no puede más fundamentarse en el cimiento de la economía liberal, el lucro, sino en la condena de la usura y la gestión de la buena política al servicio de la paz.

Empero, no basta denunciar la distancia que separa la antropología capitalista de la doctrina social de la Iglesia si ésta no ataca y corrige el clericalismo, la mundanalidad y el chismorreo de su seno, comenzando con la Curia romana.

Luego de calificar el abuso de poder y de conciencia implicado en los delitos sexuales perpetrados por clérigos contra menores de edad como «uno de los peores y más viles crímenes posibles», en su mensaje de Año Nuevo 2019 al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Papa reiteró su propósito de exponer, en una reunión cumbre en el Vaticano con los presidentes de las conferencias episcopales del mundo el próximo mes de febrero, que sólo haciendo públicos tan lamentables hechos podrán curarse sus heridas.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 13 de enero de 2019 No.1227

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