Por Jaime Septién
Hace exactamente 800 años, Francisco de Asís, en una empresa que parecía imposible y bajo su propio riesgo, fue a llevar a Egipto, durante las Cruzadas, el Evangelio al sultán de los musulmanes. A principios del próximo mes de febrero, en otra visita que a sus críticos les parecerá inútil, el Papa Francisco va a los Emiratos Árabes Unidos. Francisco responde así a la invitación que le realizó el jeque Mohammed bin Zayed Al Nahyan cuando acudió al Vaticano.
Los dos Franciscos, salvando la distancia de siglos, llevan la misma carga emotiva; el mismo recado de Jesucristo: el amor. Solamente el amor abre la puerta del odio, del resentimiento, incluso, como en el caso de los musulmanes con los cristianos, la ignorancia de la fe del otro. Carga emotiva que es celo por comunicar la esperanza que salva. Y el celo, en ocasiones, hace perder de vista lo «políticamente correcto».
San Francisco sabía que podía vencer la resistencia con el solo mensaje que el Amor no es amado. El Papa Francisco quiere –lo ha dicho hasta el cansancio—encontrarse con todos los que estén dispuestos a abrir de manera conjunta el camino de la paz.
Las puertas que abrió el de Asís hace ocho siglos permanecen abiertas, de par en par. Pero solo el amor y «una cierta dosis de inconsciencia», que diría el Papa actual, impedirá que se cierren para siempre. Y la lección vale para todos los católicos del mundo.
TEMA DE LA SEMANA: OCHO SIGLOS DEL ENCUENTRO DE SAN FRANCISCO CON EL SULTÁN
Publicado en la edición impresa de El Observador del 27 de enero de 2019 No.1229