Por P. Fernando Pascual
¿Es más feliz uno cuando conoce más? La pregunta puede surgir ante tantos sufrimientos y dolores que caracterizan la existencia humana.
Frente el dolor, uno se pregunta sobre su origen, sobre su sentido, sobre los modos concretos para paliarlo, incluso sobre las opciones que puedan prevenirlo o eliminarlo.
Esas preguntas buscan conocimientos, buscan explicaciones, buscan remedios. En cierto sentido, pensamos que al encontrar respuestas válidas se podría hacer mucho para evitar tantos dolores.
También la búsqueda de la felicidad está acompañada de preguntas: ¿dónde se encuentra? ¿Cómo lograrla? ¿Es posible para todos? ¿Existen caminos buenos y caminos malos hacia la felicidad?
Para algunos, encontrar respuestas ante esas preguntas, conocer mejor remedios para el dolor y rutas para la alegría, permitiría avanzar hacia la felicidad.
Numerosos filósofos y pensadores del pasado y del presente han ofrecido y ofrecen teorías sobre la felicidad. Desean ayudar a las personas para que, desde conocimientos válidos, guíen sus decisiones y encuentren caminos hacia la paz y el gozo.
No todas las teorías corresponden a la verdad, ni todos son capaces de entenderlas y practicarlas. Además, ni la mejor teoría sobre la felicidad puede aliviar a quien vive bajo graves injusticias y males, narrados por la literatura y por la historia, y experimentados tantas veces en la propia experiencia personal.
A pesar de las dificultades, la búsqueda de verdades en estos temas es vista como un camino que nos acerca a la felicidad. Porque la inteligencia guía y acompaña nuestras decisiones cuando alcanza criterios con los que entender mejor lo que significa la vida humana y sobre los bienes asequibles en cada situación.
El conocimiento es, en resumen, un ingrediente importante en el camino hacia la felicidad. No basta, porque la felicidad depende de muchos factores externos. Pero orienta, incluso consuela, al colocar los hechos y las situaciones en un justo contexto, y al abrir perspectivas de esperanza cuando se descubre, por ejemplo, que existe un Dios que garantiza la victoria definitiva del bien y de la justicia.