Uno de los momentos más esperados del 31 viaje apostólico. El Pontífice fue testigo de la esperanza de la fe donde «sólo se veía fatalidad»: la transformación de un basurero en una ciudad; hoy los niños y los jóvenes reciben educación y sus padres un trabajo.
Por Ary Waldir Ramos Díaz
8 mil niños y jóvenes cantaron alegres y alzaron banderas coloradas para recibir, en la tarde, al Papa Francisco en su visita a la «Ciudad de la Amistad» en Akamasoa, Madagascar. Colores, música y muchas emociones se congregaron en el auditorio de Manantenasoa.
«Esperanza», fue la palabra que resonó con fuerza en el discurso del Papa Francisco en su segundo día en Madagascar. «La pobreza no es una fatalidad», afirmó el domingo, 8 de septiembre de 2019, fiesta del nacimiento de la Virgen María.
«Recemos para que en todo Madagascar y en otras partes del mundo se prolongue el brillo de esta luz (de fe en Akamasoa), y podamos lograr modelos de desarrollo que privilegien la lucha contra la pobreza y la exclusión social desde la confianza, la educación, el trabajo y el esfuerzo, que siempre son indispensables para la dignidad de la persona humana», sostuvo.
A su llegada, el sacerdote Pedro Pablo Opeka, C.M., fundador del trabajo humanitario de Akamasoa (en 1989), lo recibió con un abrazo entrañable, en la entrada principal y lo acompañó al auditorio. Bergoglio y Opeka, se conocen desde hace ya más de 50 años en tiempos de Argentina.
«Queridos jóvenes de Akamasoa: no bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumbáis a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos», afirmó Francisco.
Asimismo, destacó los valores educativos que están detrás de la obra iniciada por padre Opeka para «transmitir el tesoro enorme del esfuerzo, la disciplina, la honestidad, el respeto a sí mismo y a los demás».
El Papa y padre Opeka
El Papa recordó que entre el 1967 y el 1968, conoció al padre Pedro Opeka, en la facultad de Teología en Buenos Aíres, donde fue su estudiante: «¡No le gustaba mucho estudiar, pero amaba el trabajo!», dijo con tono amigable, cómplice, de su amigo y misionero, el argentino Opeka.
Francisco dijo del pueblo de Akamasoa que ellos comprendieron el «sueño de Dios» que no «es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario», pues, «no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí».
En 2008, Opeka fue elegido por el Papa Benedicto XVI para recibir el premio del cardenal Van Thuan de «Solidaridad y Desarrollo» y, recientemente, fue nominado para el Premio Nobel de la Paz.
El clamor de los pobres
Akamasoa, que en el idioma local significa «buen amigo», es una realidad de ayuda social cuyos números hablan por sí mismos: 25 mil personas viven en sus aldeas. «Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad», expresó el Papa Francisco.
Efectivamente, cada una de estas aldeas incluye lugares de trabajo para adultos, canteras, albañilería, carpintería, agricultura, artesanías. «Al ver vuestros rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo», sostuvo.
Mover las montañas
30 mil pobres cada año vienen a Akamasoa para recibir ayuda específica en alimentos, medicinas y ropa; 13 mil niños ingresan a un curso escolar gracias a las escuelas construidas; además, se han construido 3 mil viviendas.
En efecto, dijo el Papa, este pueblo es el resultado de muchos años de arduo trabajo y de una fe viva que se «tradujo en actos concretos, capaces de trasladar montañas».
«Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción».
La fe, si no tiene obras…
En su discurso, el Papa recordó al apóstol Santiago: «La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro» (St 2,17). Y por ello, llamó a los misioneros y a las familias involucradas «protagonistas y artesanos de esta historia» de fe, amor por la familia y por el trabajo.
Entretanto, una niña de Akamasoa, Fanny, saludó al Papa antes de su discurso. Francisco le agradeció y dijo a los jóvenes que pidan a Dios la fuerza para seguir esta obra. «Pedidle que os ayude a poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas con generosidad».
Obra inspirada en Dios
Así, agregó, Akamasoa no será sólo un ejemplo para las generaciones futuras, sino mucho más, el punto de partida de una obra inspirada en Dios que alcanzará su pleno desarrollo en la medida que siga testimoniando su amor a las generaciones presentes y futuras.
En 2004, Akamasoa fue reconocida por el Estado como un proyecto de servicio público, lo que confirma la necesidad de su presencia y su acción en el funcionamiento social general de la isla de Madagascar.
El Papa Francisco agradeció en nombre de la Iglesia al padre Pedro Opeka y a sus colaboradores por la obra de Dios en Akamasoa. «Gracias una vez más por vuestro testimonio profético y esperanzador. Que Dios os siga bendiciendo».
Al final de la visita, mientras los jóvenes cantaban una canción, el Papa abandonó el auditorio y se trasladó en papamóvil en la cantera de Mahatazana para un momento de oración con los trabajadores, donde hizo una maravillosa oración.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 15 de septiembre de 2019 No.1262