Por P. Nicolás Schwizer

La Resurrección de Cristo nos invita a profundizar en la presencia y la acción del Señor resucitado en medio de nosotros. No nos contentamos con afirmar que Cristo venció a la muerte. Nos interesa descubrir lo que esto significa para nuestras vidas.

La doctrina católica nos enseña que vamos a participar de los frutos de la Resurrección en el cielo.

Pero esta vida nueva comienza ya en esta tierra. El hombre nuevo que todos hemos de llegar a ser, se está gestando ya en esta tierra.

¿Cómo se lo reconoce? Se lo reconoce por su nuevo espíritu.

Un nuevo espíritu. Y ese nuevo espíritu no es otro que el espíritu de amor del cual nos habla Cristo en el Evangelio: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

Ante la gran variedad de preceptos y leyes del Antiguo Testamento, Cristo nos da un compendio, una síntesis breve de todos los mandamientos: EL AMOR. Es el primer mandamiento, es el espíritu y el fin, es el perfecto cumplimiento de toda la ley.

El distintivo característico del discípulo de Jesús, del hombre nuevo, es el amor al prójimo. Pero ese amor al hermano brota y se alimenta sin cesar de un verdadero amor a Dios.

La ley básica universal. Y si nos preguntamos por qué el amor tiene tanta importancia en la vida humana, entonces San Juan nos da una respuesta breve y clara: “Dios es amor”.

Esto quiere decir que la razón principal de toda obra divina es su amor. Todos los demás atributos como la justicia o la omnipotencia se mueven impulsados por el amor. En último término, quiere decir que Dios lo hace todo POR amor, CON amor y PARA el amor.

Por amor nos creó, y nos envió al Redentor: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo único” (Jn 3,16). Por amor nos envió al Espíritu Santo. Todos los acontecimientos de nuestra vida, es Él quien en último término los quiere, los dispone o los permite, por amor a nosotros.

Por eso, dice el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt que el amor es la Ley Básica Universal. Y Jesucristo que es el amor de Dios encarnado, representa e interpreta más perfectamente esa ley básica universal. Porque el amor es en toda su vida la gran fuerza que mantiene incesantemente en movimiento todas las fuerzas del cuerpo y del alma.

Para nosotros. Cuando Jesucristo nos pide el amor como el distintivo característico de los que quieren seguirle, entonces significa: el amor debe convertirse también en la gran ley básica de nuestra vida y de nuestro crecimiento. Y siempre tenemos muchas oportunidades de vivir eso concretamente. Hay tantos hermanos que sufren por problemas económicos, marginación, pobreza, injusticia, corrupción, enfermedad, soledad y muchos otros males.

La Santísima Virgen. Ella nos enseña que el amor impulsa a ser solidarios y compartir. Ella comparte su vida y sus bienes con José. Comparte con Jesús su misión. Con Isabel sus quehaceres domésticos. Con los novios de Caná, su preocupación.

Su solidaridad interior en el amor, se ha ido convirtiendo en solidaridad de vida y de bienes, en solidaridad de destinos y tareas, en solidaridad en el trabajo y en la aflicción.

Queridos hermanos, como en María, también en nosotros la solidaridad debe crecer y expresarse en entrega y servicio eficaz a los demás. Debe llevarnos a ayudar a quienes amamos, a resolver sus problemas de alimentación, de salud, de vivienda, de trabajo. Todo eso profundiza nuestro amor para con los hombres y significa como un anticipo de la comunión perfecta y total en el cielo.

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