Por Sergio Ibarra

Las generaciones que nacimos antes del mouse cada vez somos menos, naturalmente, fuimos educados de una forma que también pareciera que entra en extinción. Nos hicieron tener conciencia de nuestros actos, ser (como seguramente lo recordaremos quienes nacimos y crecimos antes del mouse), considerados, no ser ingratos y ser acomedidos con el prójimo bajo cualquier circunstancia.

A esas generaciones nos enseñaron a ponernos de pie cuando entraba un maestro al salón y a guardar silencio y ponerle atención. Nos enseñaron a respetar a los mayores e inclusive, como gesto de lo mismo, a hablarles de «usted». A ser atento con ellos y con las damas, a abrir la portezuela, a ceder el paso y a ser amables.

El invento del internet en 1995 ha significado el nacimiento de una nueva sociedad a nivel mundial, una sociedad interconectada. Esta nueva sociedad, que representa el cambio de una sociedad industrial a una sociedad que se comunica a través a través de medios digitales e inalámbricos, lo que sin duda está provocando es una nueva revolución económica, tecnológica, social y ética. Todo eso está bien.

Lo que no está bien es el olvido crónico de la consideración y del respeto al otro. Hoy observamos algo peor de que alguien te ignore, porque alguien de repente llama o te escribe interrumpiendo una conversación familiar, personal o de trabajo. El asunto no para ahí, el asunto es que el individualismo se empieza a posicionar de las relaciones sociales.

Nos empezamos a acostumbrar a que el otro nos ignore, no escuche, le dé vuelta a las cosas, no responda una llamada o un whats, salvo que le convenga y se deslinde de sus responsabilidades. Estamos acostumbrados a recibir agresiones digitales o a cambiar las condiciones de un acuerdo.

¿Por qué cada vez menos, cuando alguien nos atiende realmente, se toma su tiempo, es amable, se asegura que nos estamos entendiendo? ¿Será que hemos perdido la concentración necesaria para ser considerados, agradecidos y diligentes con los demás?

Publicado en la edición impresa de El Observador del 10 de noviembre de 2019 No.1270

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