Por José Francisco González González, obispo de Campeche
Estamos en el III Domingo de Adviento. Hoy aparece de manera clara la figura de Juan el Bautista. Él nos enseña y nos acompaña en el pedagógico tiempo del adviento, para mejor prepararnos a la venida del Salvador, Jesús, el Hijo de María y de José.
Desde su nacimiento, por designio divino y para indicar la misión que iba a desempeñar, al hijo de Zacarías y de Isabel se le impuso el nombre de “Juan”; pero la gente lo llamará “El Bautista”, porque practica un rito, que llama la atención. Él bautiza a la gente en el río Jordán. Él es muy importante porque es el precursor de Jesús, y no sólo eso, sino el que marca la trayectoria del Hijo de Dios.
Juan era de una familia sacerdotal rural. Su lenguaje y su estilo de vida rudo lo proyectan. Se desliga de todos los decires y situaciones del templo de Jerusalén (de decadencia), y se retira al desierto. Allí se dedica a gritar un mensaje de conversión con tono claro y retador.
El Bautista sabe de la crisis del pueblo. Se concentra en denunciar la raíz de toda crisis humana: el pecado y la rebeldía del pueblo a su Dios. Por eso, Juan profetiza que llegan tiempos de poda. El hacha está puesta a la raíz del árbol. Si no hay conversión, la gente querrá escaparse de la ira divina, pero no lo podrá lograr, sin dejar el mal. El mal lo corrompe todo. El pueblo necesita una purificación total para restablecer la Alianza de amor signada en el Sinaí.
Juan nunca se sintió ser el mesías de los últimos tiempos. Él sólo era el que iniciaba la preparación del “que ha de venir”, uno que “es más fuerte”. Allí, con esas frases, está indicando que viene el Mesías, el que es Dios y Hombre verdadero, como lo formula el Credo de la fe católica.
JESÚS ALABA A JUAN
Jesús queda seducido e impactado por esta visión grandiosa. Así lo señala Mateo 11,2-11, cuando recalca la coherencia y la fortaleza de la personalidad del Bautista: ¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Un hombre elegantemente vestido? Juan era incorruptible, quien no convivía con el estilo de vida corrompido y mundanizado de sus contemporáneos. Eso le daba autoridad y fuerza de palabra.
Jesús reconoce una gran valía en Juan. Él ha puesto a Dios en el centro y en el horizonte de toda búsqueda de salvación. Así pues, el templo, los sacrificios, las ofrendas, las interpretaciones de la Ley, la pertenencia misma al pueblo elegido, todo eso queda relativizado. Sólo una cosa es decisiva y urgente: Convertirse a Dios y recibir su perdón.
Como epílogo a la alabanza dirigida a la figura de Juan, Jesús lo recalca diciendo: Es más que un profeta, y ningún humano durante la Antigua Alianza, nacido de mujer, ha sido más grande que el Bautista. Aunque, anticipa Jesús, vienen tiempos nuevos, la Nueva Alianza, donde se redimensionará la figura de Juan por la abundancia de la gracia, que traerá Jesús.
CONVERSIÓN EN EL PGP 2031-2033
Poco a poco se va conociendo más y mejor, el sugestivo y bien hecho documento de la conferencia episcopal mexicana (CEM), el Proyecto Global de Pastoral (PGP). En ese documento, a propósito de la invitación que nos hace el Bautista, leemos: “Dios nos está llamando a generar esperanza, a fortalecer y reconstruir una vida humana más plena para todos sus hijos[…] Una tarea que exige un profundo proceso de conversión […] El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; conviértanse y crean en la Buena Nueva (Mc 1,15)”. (Nº 164). Digamos con el Salmo 145:
¡Ven, Señor, a salvarnos!