Por Arturo Zárate Ruiz
Tras el paro de muchas mujeres el 9 de marzo, conviene distinguir los distintos tipos de feminismos, que no son todos iguales.
Conviene además sopesar hasta qué punto estos feminismos son razonables y acordes con las enseñanzas de la Iglesia.
Para empezar, distingamos los feminismos. David Carlin identifica cinco: 1) el igualitario, 2) el que prioriza la profesión, 3) el que promueve el libertinaje sexual, 4) el enemigo de los varones y 5) el feminismo fanático. El primero parece justísimo, impostergable: que mujeres y hombres seamos considerados como iguales, tratados sin distinciones por la ley y se nos den las mismas oportunidades. El segundo expresa una aspiración moderna en gran medida legítima: mejor educación y mejores posibilidades laborales y económicas. El tercero supone que si a los varones se les permite y se les celebra el gozar de encuentros sexuales en muy diferentes situaciones antes y fuera del matrimonio, a las mujeres se les debería permitir y celebrar también, más aún cuando ahora les es posible evitar o “interrumpir” los embarazos. Pensar de otra manera sería “oscurantista”. El cuarto asume que las mujeres son avasalladas por estructuras sociales heteropatriarcales que privilegian al varón, por lo cual las mujeres deben luchar por destruirlas y así alcanzar la liberación. Finalmente, hay un feminismo fanático que lleva esta lucha a la agresión y violencia contra los varones, contra las instituciones que se consideran heteropatriarcales, como la Iglesia, contra toda persona o grupo que no responda a las demandas de cambio de este feminismo.
Todos estos feminismos, aun el más extremo, cuentan ahora con muchos simpatizantes independientemente de que sean mujeres u hombres. No nos debería sorprender esto cuando sus propuestas concretas son justas, por ejemplo, el frenar los feminicidios. La Iglesia mexicana por ello se solidarizó con el paro del día 9 de marzo. No nos deberían sorprender tampoco estas simpatías frente a culturas machistas que privilegian al varón y exigen sumisión total a las mujeres. El mismo Papa Francisco ha advertido varias veces que la misión de las monjas no es ser sirvientas de los curas. Cristo mismo puso fin, al menos entre sus seguidores, a la lapidación de las adúlteras (la cual no se daba contra los adúlteros).
Lo que preocupa de estos feminismos es que un número no pequeño de “intelectuales” justifiquen inclusive el más agresivo y fanático de ellos en su totalidad. El feminismo radical no es nada amable ni para las mujeres sensatas, y no hablemos de los hombres.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 29 de marzo de 2020 No.1290