Por Arturo Zárate Ruiz
No me acabo de sorprender de las tonterías que arguyen algunos políticos. Ahora, para justificar su pésimo desempeño económico, predican, según ellos, la pobreza evangélica, que Cristo nos quiere pobres y que tener más de un par de zapatos es malo. Con esta lógica, los niños que tienen tenis para deporte y zapatos para las aulas, según lo exigen en las escuelas, son malos y merecen el infierno. Lo moralmente admisible es ser muy pobre, nada de aspirar a clase mediero, aun menos a empresario próspero.
Una bien entendida doctrina cristiana no está contra la riqueza, sino en poner nuestros corazones en las riquezas. ¿Por qué? Porque debemos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
Por eso la idolatría es el primero y el peor de los pecados. En lugar de amar a Dios por encima de todo, idolatramos el dinero, los placeres, incluso a nosotros mismos. Jesús dijo: “Quien no se niegue a sí mismo se perderá”.
Aun así, eso no quiere decir que una vez amando a Dios y al prójimo se nos obligue a odiar todo lo demás. De hecho, san Agustín nos dice: “ama y haz lo que quieras”.
Debemos incluso procurar, en la medida de lo posible, los bienes materiales para cumplir los mandamientos del amor. El primer pecado de Caín no fue matar a Abel sino no separar de entre sus bienes lo mejor para ofrecérselo a Dios. Es más, ¿cómo cumplir con las obras de misericordia, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, si no tenemos con qué atenderlos?
¡Qué digo!, parte de las obras de misericordia no es sólo atenderlos sino ayudarles a salir de la pobreza para que no tengan ya que depender de la limosna. Dos de las obras espirituales son enseñar al que no sabe y darle consejo: “puedes salir de la pobreza si te educas, si trabajas, si te esfuerzas; permíteme ayudarte”. La evangelización de Tata Vasco en Michoacán consistió en ayudarle a los nativos a aprender distintos oficios, los cuales todavía son camino suyo de prosperidad. Hoy la oportunidad de muchos es aprender los oficios propios de la modernidad, como la electrónica y la robótica, y, ¿por qué no?, la administración de empresas para así crear muchas fuentes de empleo.
¿Cómo habría podido la Iglesia convertirse en la fundadora de hospitales, universidades y los más eximios monumentos culturales, que no los había antes de ella, sin procurarse antes de recursos materiales? ¿Cómo pudieron convertirse las naciones cristianas en líderes del progreso económico si la Iglesia se hubiera opuesto al impulso empresarial? Uno de los libros favoritos del papa Francisco es Los novios, de Alessandro Manzoni.
En él se ilustra cómo no respetar este impulso empresarial por preferir congelar precios, repartir cuanto antes los bienes escasos y confiscar propiedades para repartirlas a lo tonto no acaban con la pobreza y el hambre, sino las agravan.
Lo que prohíbe Dios, por tanto, no es la riqueza, sino la idolatría del dinero. Y prohíbe también (octavo mandamiento) las mentiras. ¡Cuidado con esos políticos que distorsionan la doctrina cristiana!
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de octubre de 2020. No. 1317