Por Raúl Espinoza Aguilera
Dice el proverbio: “Sonríe y los demás te sonreirán”. Cuando una persona lucha por ver el lado positivo de la vida es amable, cordial, alegre y deja de lado las visiones trágicas o negativas, lo lógico es que las personas instintivamente acudan a ella porque les hace ver lo divertido de la existencia humana, aún en los detalles más pequeños. Así, por ejemplo, en una reunión social son los más frecuentados porque a todos nos gusta ver caras alegres a nuestro alrededor.
En cambio, los que habitualmente se están quejando de sus enfermedades o de sus problemas; de lo mal que está la situación económica y social; de los pormenores de los avances de esta tremenda pandemia; de la corrupción en la política, etc., y que no aportan ninguna idea constructiva, se convierten en personalidades agotadoras para escuchar por un largo tiempo y de los que, por desgracia, todo el mundo huye.
Tenía un conocido mucho mayor que yo, que ya falleció, y participó en la cruenta Guerra Civil Española (1936-1939). Tanto en el bando republicano como en el nacional ocurrieron numerosos asesinatos a sangre fría, graves injusticias, fusilamientos sumarios, personas ahorcadas y colgadas en los árboles, el terror a los bombardeos aéreos, numerosos templos y conventos incendiados y profanados, etc. Muchos perdieron a sus padres, hermanos, familiares y amigos. En general, causó severas divisiones y odios, así como profundas heridas morales. Generó un fuerte trauma en la mayoría de los ciudadanos.
Y este amigo me contaba que, cuando la Guerra terminó en 1939, cada quien tenía una larga lista de tragedias que había sufrido y presenciado. Así que por “salud mental”, en las reuniones sociales, cuando alguien comenzaba a rememorar sucesos terroríficos de la guerra, enseguida los demás lo frenaban en seco con una frase que se hizo popular: “No me cuentes, que te cuento”. Como diciendo: “Cambia de tema de conversación porque no conduce a ningún lado y a todos nos deprime más”.
Por ello, el psiquiatra Enrique Rojas escribe que “una persona que no puede cerrar sus heridas, puede convertirse en una persona agria, amargada, resentida y echada a perder”. Es decir, su mente está como intoxicada y vuelve una y otra vez a sus rencores y resentimientos y es incapaz de ser nuevamente feliz”.
Debido a esto, el especialista recomienda vivamente, en el sentido positivo y sano de la expresión, “tener mala memoria”, porque sólo así se cierran las heridas internas (Leer: “Todo lo que tienes que saber sobre la vida”, Espasa Libros, 2020).
También sugiere el sacar experiencia de los golpes duros que la vida proporciona y verlos como un aprendizaje, como “un capítulo de mi vida que me dejó esta o aquella lección”.
Su hija, Marian Rojas, también es psiquiatra y, en fecha reciente publicó un exitoso libro, titulado: “Cómo hacer que te pasen cosas buenas” (Editorial Diana, 2019). Ella subraya este concepto: “La felicidad consiste en vivir instalado de forma sana en el presente, habiendo superado las heridas del pasado y mirando con ilusión al futuro. (…) La felicidad no es lo que nos pasa, sino cómo interpretamos lo que nos pasa”.
Insiste mucho en que los pacientes maduran bastante cuando son generosos y se ocupan en servir y ayudar a los demás. Una persona obtiene más felicidad cuando se da así misma que cuando recibe.
Es importante vencer los miedos, las angustias e inseguridades y que las personas confíen en sí mismas. ¿Y si vienen los fracasos ante una decisión determinada? Serán aprendizajes con la finalidad de buscar la solución en otra dirección.
Los psiquiatras norteamericanos afirman que la mejor forma de perder los miedos es “exposure”, o sea, tomar una firme determinación, actuar y correr con las consecuencias. De esta manera, esa angustia infundada desaparece, se desvanece.
También recomienda que nos enfoquemos –mientras descansamos o antes de dormir- en algo alegre, positivo, que nos haya pasado o que nos haga sonreír. Introducir mucha ilusión en cada actividad que realizamos. Es provechoso pensar en que al día siguiente ocurrirá algo que nos traerá alegría y optimismo.
Dicho en otras palabras, Marien Rojas está proporcionando al lector la clave para mantener lejos cualquier pensamiento autodestructivo, que produzca angustia, ansiedad o estrés. Esto último es causa de innumerables enfermedades orgánicas o mentales. En cambio, si se sabe disfrutar del “hoy y ahora” –aunque sea lo más cotidiano de la realidad- recuperaremos la capacidad de asombro que tienen los niños, con interés, con los ojos nuevos.
Hay que saborear el tiempo presente. ¿Qué es lo que a cada uno le gusta? ¿La música? ¿Las buenas películas? ¿Los libros interesantes? ¿Algún deporte? Pues hay que hacerlos (“Just do it”!, como se dice en inglés). Sin miedo a “hacer el ridículo” o por temor a lo que piensen los demás. Marien Rojas concluye que hay que aprender a tomar las riendas de la vida, con empuje y entusiasmo. El resultado lógico será que se tenga una vida plena y feliz que compartiremos con nuestros seres queridos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de diciembre de 2020. No. 1326