Por Raúl Espinoza Aguilera
En estos tiempos en que en nuestro país se debate el vital tema de la libertad de expresión, haciendo énfasis en que los medios de comunicación corren un grave peligro, he recordado un par de filmes que ilustran bastante al respecto.
El primero se titula “El Washington Post. Los Oscuros secretos del Pentágono” (2017) con las brillantes actuaciones de Meryl Streep y Tom Hanks. La trama gira en torno a la Guerra de Vietnam. El antecedente es que resultaba altamente sospechoso que esa guerra en la península de Indochina por 30 años se fuera prolongando y cada vez se enviaran más tropas y armamento, sobre todo, durante las Presidencias de John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon.
Algunos corresponsales de guerra se intercambiaron información y, en especial, uno de ellos con acceso a material clasificado, tomó abundante documentación confidencial. Con un equipo de colaboradores fue fotocopiado y regresado al poco tiempo. Posteriormente, se entregó una copia tanto al New York Times como al Washington Post.
El primero que se lanzó a publicar parte del material fue el New York Times. El presidente Nixon se enfureció, llevó el caso al Tribunal Judicial y de inmediato se dictó sentencia impidiendo al periódico que continuara publicando dicho material confidencial.
Entonces, la directora del Washington Post, Katerine Graham, en 1971, decidió con gran valentía y determinación que había que dar la batalla por la libertad de prensa y por salvarles la vida a miles y miles de jóvenes estadounidenses que combatían en Vietnam, porque se sabía que Nixon mentía sobre el impacto de los bombardeos en este país.
El Tribunal Superior citó a juicio tanto a los directores de este periódico como a los del Times. En un principio la batalla parecía perdida por la fuerte presión que ejercían el Ejército y el presidente Nixon. El Gobierno aducía que, al revelar esa información, se ponía en riesgo la estabilidad y los planes del Estado. Finalmente, el Tribunal Judicial les dio la razón a los medios de comunicación con la razón de que por encima y ante todo estaba la libertad de expresión.
De 1955 a 1975 la Guerra de Indochina se volvió cada vez más cruenta y al presidente Nixon no le quedó más remedio que dictar la orden de abandonar Laos, Camboya y Vietnam ante el impetuoso avance de las tropas del Vietnam del Norte, de China y Rusia. Fue una vergonzosa derrota al orgullo de Estados Unidos, el gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial. Absurdamente fue el argumento de más peso por el que la Casa Blanca se negaba a dejar una guerra que a todas luces, desde un principio, se veía perdida.
Al año siguiente, en 1972, el presidente Nixon –del Partido Republicano- ordenó espiar las oficinas del Partido Demócrata. Una noche se tomaron indebidamente documente y se colocaron micrófonos ocultos en el edificio llamado “Watergate”. Nunca supusieron que fueran sorprendidos por policías quienes de inmediato los detuvieron y los sometieron a un detallado interrogatorio. La sorpresa fue que revelaron -algunos de ellos- que habían sido enviados directamente desde la oficina del presidente Nixon.
Un par de reporteros, Robert Woodward y Carl Bernstein, del Washington Post solicitaron a su directora, Katerine Graham darle seguimiento a esta información. Y, en otro acto de audacia, esta insigne personalidad autorizó de inmediato que comenzaran las investigaciones hasta sus últimas conclusiones.
Toda esta génesis y evolución se aprecia en el filme “Todos los hombres del presidente” (1976) haciendo referencia a que prácticamente todo el gabinete estaba implicado en el caso “Watergate”. Los actores principales son Robert Redford y Dustin Hoffman.
El trasfondo es que Richard Nixon ambicionaba reelegirse y necesitaba urgentemente información sobre los planes generales de la campaña del Partido Demócrata.
Cuando este par de reporteros comenzaron a publicar información, el presidente Nixon negaba los hechos. Pero eran tan patentes las evidencias, que un colaborador del gabinete presidencial privadamente decidió revelar información confidencial a estos periodistas. Por discreción se le llamaba “Garganta Profunda”.
Esta información se fue publicando poco a poco en “El Post”. Nixon no tuvo otra opción que solicitar la renuncia de varios secretarios de Estado. Luego el Tribunal Judicial llamó a rendir cuentas a figuras clave de su gabinete.
Y, finalmente, conociendo que el presidente Nixon tenía en su poder las famosas “cintas de Watergate” en las que se contenían conversaciones importantes y privadas de Nixon con los principales miembros de su gabinete sobre este escandaloso caso, fue llamado a declarar ante el Tribunal Superior de Justicia. Cuando esto ocurrió, Nixon tomó la decisión de renunciar a la Presidencia el 9 de agosto de 1974.
En 1986 publicó, sus “Memorias”, así como su libro “No más Vietnam”. Habiendo dejado de ser presidente, Nixon –como Licenciado en Derecho- intentó volver a la práctica de la abogacía sin poder conseguirlo debido a que fue expulsado del Colegio de Abogados, además de que fue incapacitado para el desempeño de su profesión en todo Estados Unidos. Sin duda, un triste final para quien fuera vicepresidente de 1953 a 1961 y, luego, el Primer Mandatario de la Nación más poderosa del orbe (1969-1974).
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de enero de 2021. No. 1331