Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“El exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas; el inmigrante mira hacia el futuro, dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance.” Isabel Allende

Tal es el título del comunicado que hicieron público los obispos de las Iglesias particulares de la frontera entre Estados Unidos y el Norte de México, este 1º de abril del 2021, Jueves Santo, en el marco de la crisis humanitaria que comparten en la región fronteriza de ambos países.

Se trata de una declaración conjunta que asumen nada menos que nueve Obispos de los Estados Unidos y seis de los de México: Presidente del Comité de Migración de la Conferencia Episcopal del primero de estos países, y los de El Paso, Laredo, Tucson, Brownsville, Las Cruces, San Diego, San Ángelo y San Antonio y el encargado de la Dimensión Episcopal de Pastoral de la Movilidad Humana de la Conferencia del Episcopado Mexicano, cabeza de la diócesis de Ciudad Juárez y los de Nuevo Casas Grandes, Piedras Negras, Nuevo Laredo, Matamoros y Saltillo.

Según las cuentas de estos quince sucesores de los apóstoles, diariamente “testigos del drama que enfrentan nuestras hermanas y hermanos migrantes”, lo que más les punza son las motivaciones de casi todos estos: que su decisión de migrar sea “una cuestión de vida o muerte”, en especial para los niños, separados de sus padres, y con los que quieren estar al precio que sea, incluso el de su vida o de su suerte…

El comunicado subraya el desgarrador drama que la última vuelta del capitalismo yanqui labró respecto a sus vecinos del sur, alentando sus expectativas con la ‘forma de vida de los Estados Unidos’ (el American way of life), saturado ya desde hace mucho, y los desafíos que implica, para una nación de inmigrantes “la responsabilidad de preservar la vida humana y proporcionar una inmigración segura, ordenada y humana, incluido el derecho de asilo”.

Su propuesta no puede ser más directa e inmediata, y se dirige “a nuestros gobiernos, a los líderes políticos y a la sociedad civil para que trabajen juntos a fin de acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes de acuerdo con su dignidad intrínseca, y a trabajar con otros países para eliminar las causas que obligan a una migración peligrosa e irregular, procurando soluciones a largo plazo”, a partir del “diálogo persistente y corajudo”, en palabras del Papa Francisco.

El Comunicado que aquí se desglosa no es soñador en absoluto. Pide: “políticas respaldadas por razones científicas”, “la unidad familiar” como un “componente vital de cualquier respuesta”, “especial atención a las poblaciones particularmente vulnerables, como los niños”, estructuras y reformas jurídicas que tutelen “una cultura acogedora para los migrantes” que no choque con la soberanía y la seguridad de los países.

De su parte, ofrecen “apoyo continuo a los esfuerzos de nuestros respectivos gobiernos para proteger y cuidar a las familias, así como a los individuos, que se sienten obligadas a migrar” valiéndose de “las organizaciones católicas en la frontera y en otros lugares que son atendidos generosamente por laicos, consagrados y clérigos”, conscientes, dicen, “de que, aunque el camino sea largo y arduo, no es imposible si viajamos juntos”.

Lo que este comunicado nos enuncia, en el marco de esta Pascua del 2021, engastada todavía en la pandemia del covid 19, no puede ser más directo y oportuno para los discípulos de Emaús, que somos todos los bautizados, abiertos a reconocer al resucitado “al partir el pan”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de abril de 2021 No. 1344

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