“El que mucho abarca, poco aprieta”, dice el refrán popular. Y eso se puede decir de nuestros gobernantes actuales, especialmente, del Ejecutivo federal.
Todos hemos oído hablar del “presidencialismo mexicano”, la concentración del poder en manos de un solo hombre: el presidente de la República.
Un conocido escritor (Mario Vargas Llosa) llamó en su momento al gobierno de México como “la dictadura perfecta”. Una especie de monarquía revestida con ropajes de república, una simulación de la democracia.
Para que las cosas cambien y nuestro gobierno deje de ser una contradicción malsana, es necesario construir un país de instituciones autónomas y sólidas, que hagan contrapeso y que ayuden al Ejecutivo a gobernar por el bien común.