Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
La dignidad del Pueblo de Dios y de cada bautizado se origina en el corazón de la Santísima Trinidad. A su imagen y semejanza fuimos creados y así fue pensada la Iglesia. Esta dignidad se comunica a sus miembros por el bautismo y la confirmación.
Al finalizar el rito, el bautizante unge con el Crisma la cabeza del nuevo cristiano, y le dice palabras dignas de retener en la memoria: Dios todopoderoso, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que te ha librado del pecado y te ha dado la vida nueva por el agua y el Espíritu Santo, es quien te unge con el Crisma de la salvación, para que, incorporado a su Pueblo, seas siempre miembro de Cristo sacerdote, de Cristo Profeta y de Cristo rey. El cristiano queda incorporado a Cristo Sacerdote, a Cristo Profeta y Rey-servidor.
- Cristo es Sacerdote, no sólo porque se ofreció al Padre en la cruz por nuestros pecados, sino porque hizo de toda su vida una ofrenda agradable a Dios. Fue sacerdote laico, no como los del templo de Jerusalén. Cristo no ofreció sacrificios de animales, sino que agradó al Padre haciendo su voluntad; ofreció su persona por nosotros y continúa intercediendo ante el Padre en el cielo por todos. Su sacerdocio es único y para siempre.
- Cristo es Profeta, porque hacía obras maravillosas y, sobre todo, porque pronunciaba palabras de Dios. Anunciaba con fuerza y autoridad propia el reino de los cielos, y pedía la conversión de los pecadores. La gente reconocía la verdad de sus palabras, que después selló con el testimonio de su sangre. Nos trajo la alegría del Evangelio.
- Cristo es Rey-servidor, porque vino a dar su vida por nosotros, haciéndose servidor y esclavo de todos: curó a los enfermos, atendió a los pobres, defendió a los inocentes y nos enseñó a amarnos y a perdonar. Lavó los pies a sus discípulos, como hacían los esclavos, para darnos ejemplo a seguir.
Estos tres oficios o servicios o ministerios nos los comunica Cristo en el rito bautismal, para que cada uno de nosotros haga de su vida una ofrenda agradable a Dios, y así consagremos el mundo y devolvamos la creación embellecida a su Creador. Cristiano es el que hace de su vida un himno de alabanza a Dios. Participamos del ministerio o servicio profético de Cristo cuando escuchamos su Palabra, la meditamos y la transmitimos a los demás, comenzando por la propia familia. El católico se esfuerza por conocer su fe, estudiar la Biblia y el Catecismo de la Iglesia. Somos partícipes de la dignidad regia de Cristo cuando entregamos la vida al servicio de los demás. Cristo fue proclamado rey cuando Pilato lo condenó a muerte y mandó escribir sobre la Cruz: El Rey de los judíos. Por eso decimos rey-servidor.
Todos estos ministerios, servicios y encomiendas son dones de Dios para asociarnos a la persona de Cristo y prolongar en la tierra su obra salvadora. En la viña del Señor hay lugar para todos. Esto significa ser cristiano. Por eso, estos ministerios y oficios los recibimos en el bautismo y la confirmación directamente de Cristo, no del celebrante. Cuando el sacerdote bautiza o el obispo confirma, es Cristo quien da la gracia y confiere el oficio, no el ministro. Los Pastores saben bien que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, recuerda el Concilio. El presbítero no es el hombre-orquesta, sino el humilde director. Para eso llamó a la fe y equipó a los fieles laicos. Esta es la Iglesia sinodal, no clerical, que nos pide Dios en este milenio.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de junio de 2021 No. 1353