Por P. Fernando Pascual
Cámaras de seguridad, cerrojos especiales, candados irrompibles, cajas fuertes, puertas blindadas, alarmas ensordecedoras, policías y vigilantes: son algunas de las medidas con las que convivimos habitualmente y que tienen, como objetivo, promover seguridad.
Los mejores sistemas de seguridad funcionan bastante bien y evitan robos y otros delitos dañinos. Pero nunca podrán aplicarse en todos los lugares ni para todas las situaciones que son parte de la existencia humana.
Existe, sin embargo, un “método” que promueve seguridades de una eficacia a prueba de tentaciones: la honradez que millones de personas llevan dentro de su corazón.
Porque es la honradez la que nos permite respetar lo que pertenece a otros, ayudar a quienes lo necesitan, proteger a los vulnerables, evitar comportamientos y acciones que puedan dañar a las personas en sus derechos.
Puede ocurrir, porque somos seres humanos frágiles, que alguien honrado tenga un momento de debilidad y cometa un robo que luego le parece absurdo, irracional, vergonzoso.
Pero si esa persona es realmente honesta, tendrá en su corazón los recursos necesarios para reconocer su falta, para devolver lo robado, para reparar los daños, incluso, cuando lo exija la justicia, para autodenunciarse.
Una de las grandes tareas de la educación en todos sus niveles (familia, escuela, grupos y asociaciones) consiste en presentar la belleza de la honradez y en proponerla adecuadamente entre quienes están abiertos a crecer en las virtudes.
Cada uno, luego, podrá vivir según la honradez que le enseñaron, y tendrá mejores disposiciones para no caer en comportamientos y actitudes que vayan contra la justicia y perjudiquen a inocentes.
Las cámaras, los vigilantes, los sistemas de alarma, podrán ser de ayuda para disuadir a quien no es honrado, pero no son suficientes para lograr eso que realmente importante en la vida comunitaria: que haya mucha gente honrada, hombres y mujeres dispuestos a vivir en cada momento según sanos principios éticos.
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