Entrevistamos al nuevo nuncio de Papúa-Nueva Guinea, monseñor Fermín Sosa, segundo embajador mexicano de la Santa Sede en la historia de la Iglesia

Por Jesús V. Picón / Aleteia

Monseñor Fermín Sosa, mexicano del estado de Yucatán, ha viajo por todo el mundo enviado por la Santa Sede. Es poliglota, ciclista y es el segundo nuncio apostólico mexicano nombrado por un Papa. Dice no tener miedo al martirio toda vez que fue enviado a los confines del mundo a cumplir una misión apostólica y misionera.

Monseñor, ¿a dónde lo ha enviado Francisco?

▶ Después de que terminé mis estudios en la Academia, mi primer nombramiento fue precisamente Papúa Nueva Guinea, un país de misiones hablando a nivel eclesiástico, un país de misiones completamente, donde hay una estructura muy amplia de la Iglesia católica.

Es un país que he amado mucho, me ha gustado; tienen una realidad completamente diferente a la que vivimos aquí en México; ciertamente es un país, como el nuestro, plural en culturas. Tiene más de 800 tribus con más de 800 lenguas, y creo que al ser de origen mexicano, donde hemos vivido también esa pluralidad de culturas, pues me ha ayudado a amarlo mucho, porque uno va amando también las culturas en las cuales va viviendo.

Cuando yo llegué había tres realidades: iglesia anglicana, iglesia luterana y la Iglesia católica. Y una de las experiencias bonitas que tuve fue ver esa convivencia que tenían esas tres realidades entre ellas: respeto mutuo, ayuda y convivencia. Para mí fue mi primer “choque eclesiástico”, podemos llamarlo así, al haber vivido antes en un país donde algunas religiones se están dando de “batazos” unos con otros.

Ver que se puede convivir, respetando a los demás, para mí fue la primera realidad positiva que tuve a nivel eclesial.

Y a nivel civil es un país que está avanzando poco a poco, que tiene carencias también, a nivel de estructuras, como otros países, y que se va formando, que se va forjando en el camino.

Hace 14 o 15 años que me salí de ahí, así que ya no conozco la realidad, ha cambiado. Son 15 años, ha evolucionado en muchas cosas tecnológicas y de estructura. Yo puedo juzgar el Papúa Nueva Guinea del pasado, de hace 15 años, pero sería injusto juzgarlo ahora porque la realidad puede haber ya cambiado. Pero a nivel eclesial puedo decir que todavía hay muchas carencias.

¿Cómo son los católicos en Papúa Nueva Guinea?

▶ Ahí una celebración eucarística puede durar 2 horas; mientras nosotros estamos aquí quejándonos y fijándonos en que dura 45 minutos la misa, allí gozan y viven la celebración eucarística. Eso es muy rico, hay muchos elementos culturales que se meten dentro de la Misa, y eso hace que también sea más larga; pero eso hace que ellos sientan que es su Misa.

Cada celebración eucarística tiene elementos propios de los lugares donde se incultura la religión. Y Papúa Nueva Guinea no es la excepción. Por eso, cuando llega un misionero le digo: “Tú no puedes criticar la cultura; tienes que meterte a la cultura para conocerla, para vivirla y para comprenderla. Tú no puedes comprender la cultura desde afuera; tienes que vivirla para comprender por qué hacen eso”. Esa es la riqueza de la misión, que cuando uno va a un país no va de espectador sino va como actor.

¿Usted no le tiene miedo al martirio?

▶ No, porque hay dos cosas que he amado en mi vida sacerdotal y que digo que debemos amar también los que estamos en el servicio diplomático, en esta misión diplomática y también a nivel sacerdotal: una de ellas es amar las misiones. Y la otra cosa que he amado mucho es la aventura. Si nosotros no somos hombres de aventura, pues vamos a sufrir mucho, vamos a ser gente frustrada. ¿Cuál es el hombre aventurero? El que se tira ya a lo que venga. No sé lo que voy a encontrar allá, pero eso no me interesa, porque ya estoy preparado para lo que venga.

Lo mismo pasa con el sacerdocio y con nuestra misión: debemos estar abiertos a la aventura porque no sabemos lo que hay enfrente. Lo único que sabemos es que enfrente está Cristo, y entonces Cristo es el que nos va a dar la fortaleza y las herramientas para poder sortear esos obstáculos que nos van a llegar enfrente.

Entonces, si nos llega el martirio, nosotros no sabemos. Jamás me imaginé, siendo seminarista, que iba a estar en esos países donde he estado y con la dignidad de arzobispo. ¡Nunca! ¡Nunca me imaginé esto!

Si Él me va a llevar al martirio, no lo sé, no sabemos cómo vamos a terminar la vida. Pero Él me está llevando ahorita a Papúa Nueva Guinea. Y ahí voy con todo el corazón y con mis manos puestas en el corazón para hacer la voluntad de Dios.

Monseñor, ¿qué se va a llevar en sus maletas?

Me llevo todo el cariño, la estima y las oraciones de la gente. En estos días he sentido la presencia del Espíritu Santo, y cada vez que lo digo me emociono porque he sentido la presencia de toda la gente que me quiere, y aun de gente que no me conoce.

Estoy haciendo las maletas y salgo a comprar unas cosas que me tengo que llevar, y me encuentro gente que no me conoce pero que me reconoce, y me dice: “Padre, estamos rezando por usted y por su ministerio”. ¡Eso ni con Master Card se puede pagar!

Eso es lo que me estoy llevando y lo que me llevo.

¿Cuál es su mensaje final para sus hermanos mexicanos?

▶ Que vivamos plenamente nuestra vocación cristiana, que no tengamos miedo a vivirla, que no tengamos miedo sino, al contrario, que le pidamos la fortaleza al Espíritu Santo para vivirla en las situaciones en las que nos encontremos. Algunas situaciones felices, algunas situaciones difíciles; pero la plenitud de la vocación, del llamado de vivir en Cristo, se vive en cada momento. No se vive aislado, no se vive dentro de la iglesia; se vive fuera. Es allá donde damos testimonio, de que somos seguidores de Cristo, de que somos cristianos. Es allá donde damos testimonio de que Dios vive.

Entrevista completa: https://es.aleteia.org/2021/08/02/mexicano-al-otro-lado-del-mundo-ciclista-y-dice-que-sin-miedo-al-martirio/

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de agosto de 2021 No. 1363

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