En la actualidad existen más de 200 vacunas experimentales contra la covid-19, de las cuales 21 ya han sido autorizadas para ser administradas en diferentes países. En Europa son cuatro, de momento (la de Pfizer, la de Moderna, la de Janssen, y la de AstraZeneca-Oxford), mientras que en Estados Unidos de momento cuentan con tres, las mismas que las de Europa menos la de Oxford.
En América Latina el reparto es algo más diverso: las vacunas de Pfizer y AstraZeneca-Oxford han sido autorizadas en al menos diez estados, entre ellos México, Colombia, Costa Rica y Brasil, mientras que la de Janssen solo está aprobada en Colombia, y la de Moderna aún no se encuentra en ningún país de la región. Sin embargo, Sputnik V sí que tiene una mayor presencia, al haber ya sido aprobada en más de cinco países de la zona (incluyendo México y Venezuela), así como Sinovac, que ya se ha autorizado de momento en México, Argentina, Chile, Colombia y Uruguay.
Aunque la tecnología que emplean las vacunas varía de una a otra, todas ellas tienen como objetivo engañar al sistema inmunológico inoculando un compuesto que le haga pensar que ha tenido lugar una infección: en este caso, la que causa la covid-19.
A veces, este compuesto contiene todo el coronavirus en su conjunto; en otras, solo una parte. Aquí explicamos las diferentes estrategias empleadas en las diversas vacunas, y de qué tipo es cada una.
Vacunas que contienen el virus entero
Vacunas de virus inactivados o atenuados
Estas vacunas inoculan el virus en su totalidad, pero están diseñadas de tal manera que se evita que se desarrolle la enfermedad. En esta categoría nos encontramos con las de virus inactivados (muertos) o atenuados (debilitados).
Las vacunas de virus inactivados funcionan inoculando el virus que causa la enfermedad —en este caso, el SARS-CoV-2— pero muerto, por lo que es imposible que se desarrolle la enfermedad. Al ser una versión light del virus, la inmunidad que se genera en el cuerpo también lo es, por lo que estas vacunas requieren dosis de refuerzo y adyuvantes inmunológicos.
Ejemplos de vacunas de virus inactivados son las dos que desarrolla la farmacéutica Sinopharm, la de Coronavac (Sinovac), y la Covaxin (Bharat Biotech).
Aunque se suelen meter en el mismo saco las vacunas de virus inactivados y atenuados, lo cierto es que no son lo mismo. Mientras que las primeras utilizan un virus muerto, en las segundas son virus debilitados, pero vivos. En estos momentos no hay vacunas aprobadas contra la covid-19 con virus atenuados (se está estudiando si una empleada contra la tuberculosis podría usarse también para la covid-19), pero sí se utilizan, por ejemplo, para combatir la fiebre amarilla, el rotavirus, el sarampión, y la varicela.
Vacunas de vectores virales
Son vacunas que contienen el material genético que explica cómo producir las proteínas S o spike del coronavirus, pero que utilizan una versión inofensiva de un virus diferente —lo que los científicos llaman vector viral—, como vehículo para hacer llegar esa información a las células.
Una vez se inyecta la vacuna, el vector viral viaja por nuestro cuerpo llevando en él parte del ADN del virus malo —en este caso el del SARS-CoV-2—, que se convertirá dentro de nuestra célula en muchas copias de ARN. Ese ARN indicará a su vez las instrucciones para la fabricación de partículas S, que una vez detectadas por nuestro organismo harán que se desencadene una respuesta inmune.
La vacuna de AstraZeneca-Oxford ha sido la primera vacuna de vector viral aprobada contra la covid-19, pero tras ella ya han llegado a algunos países la Janssen/Johnson & Johnson, la Sputnik V del Instituto Gamaleya, y la de CanSino. En la mayoría se emplean adenovirus —un grupo de virus que causan el resfriado común— como vectores o portadores. Antes de estas ya se han utilizado vacunas de vectores virales contra virus como el Ébola o el Zika.
Vacunas que contienen solo una parte del virus
Vacunas génicas (ADN y ARN)
Son vacunas cuya tecnología se basa en inocular directamente el material genético con el cual las células aprenden a fabricar las proteínas del virus para combatir la infección. En esta clasificación se encuentran las vacunas de ARN y las de ADN.
Las primeras contienen ARN mensajero, que son las instrucciones que deben seguir las células para producir las proteínas del virus que causa la enfermedad que se pretende combatir. En el caso del SARS-CoV-2, el ARN mensajero contiene información sobre las proteínas S o spike, que se encuentran en la corona del SARS-CoV-2.
Este ARN mensajero viaja en una envoltura lipídica que evita que este sea destruido por nuestro organismo y llegue a las células, donde se lee el material genético para aprender a fabricar la proteína, que es reconocida posteriormente por el sistema inmune como un elemento extraño. Entonces se desencadena la respuesta inmunológica, con el desarrollo de anticuerpos y linfocitos T.
De momento, las vacunas aprobadas que utilizan esta tecnología son la de Moderna y la de Pfizer/BioNTech, pero ya hay otras, como la CVnCoV (GSK), en fase avanzada de estudio.
Otro tipo son las de ADN, el cual debe llegar al núcleo de las células con información genética que diga a las moléculas de ARN cómo son las proteínas que se deben producir. La realidad es que estas vacunas no suelen conseguir una respuesta inmunológica lo suficientemente potente porque la cantidad de ADN que llega al núcleo es muy reducida, pero ya existe al menos un laboratorio, la farmacéutica Inovio, con su vacuna INO-480, que se ha lanzado al desarrollo de este tipo.
Vacunas de subunidades antigénicas
Estas vacunas inoculan solo partes concretas del virus, como sus proteínas o hidratos de carbono, fabricadas previamente en otras células externas.
En el caso del SARS-CoV-2, normalmente se fabrica externamente la proteína spike. Al inocularse dicha vacuna, el cuerpo aprende a reconocerla, y se genera una respuesta inmune que protege al organismo contra futuras infecciones.
Ejemplos de estas vacunas son las de Sanofi/GSK y Novavax, la rusa EpiVacCorona, y la china ZF2001. No es la primera vez que se utilizan este tipo de vacunas para combatir enfermedades: ya las hemos visto en la de la hepatitis B, o en la del papilomavirus, y en la mayoría de vacunas que figuran en los calendarios de vacunación infantil (tétanos, difteria…).
La principal ventaja es que son seguras y baratas de fabricar, pero normalmente necesitan adyuvantes o amplificadores de la respuesta inmunológica, así como varias dosis para que la respuesta inmunológica sea la adecuada.
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