Por Manuel Ramos-Kuri [1]

Las vacunas contra el Covid-19 han despertado una fuerte polémica en torno a varios aspectos médicos y éticos, por lo que mucha gente ha preferido no vacunarse. Dado lo complejo del tema y la experiencia de un servidor en el campo de virología y bioética, varios amigos me sugirieron analizar desde estas perspectivas las vacunas.

La vacunación mundial contra el Coronavirus avanza a pasos agigantados, comenzó apenas en diciembre del 2020, y se calcula que para el 12 de agosto pasado el 30% de la población mundial (algo así como 2,500 millones de personas) ya recibieron al menos una dosis de la vacuna.[2]  Tan solo la vacuna de Aztra-Zéneca se distribuye en 184 países.

Debemos reconocer que con este virus hemos tenido algo de suerte para descubrir vacunas. Por ejemplo, desde mediados de los ochenta se ha intentado crear vacunas contra el virus VIH-SIDA y el virus del Dengue, y aún no se han podido concretar por razones biológicas. La vacuna contra el coronavirus se comenzó a estudiar a principios de siglo por la aparición del primer coronavirus, y con base en estos estudios se pudieron crear casi una decena de vacunas en menos de un año.

La vacuna aporta grandes beneficios: disminuye la posibilidad de infección severa, el riesgo de hospitalizarse pero, sobretodo, disminuye el índice de mortalidad por Covid-19. Se calcula que sólo un paciente por cada millón de personas vacunadas fallecerán por Covid; mientras el índice de mortalidad entre los infectados no vacunados, es del 1 al 2%, lo que demuestra el gran beneficio de la vacuna.

Sin embargo, algunos sectores de la población se oponen a la vacuna, y de hecho, en las redes sociales circulan múltiples comunicados en este sentido, Pero al mismo tiempo, escuchamos casos cercanos que declinaron vacunarse y han fallecido por Covid. Por estos pacientes se habla ahora de una “pandemia de los no vacunados”.[3]

Dos tipos de grupos se han opuesto al uso de vacunas: los grupos anti-vacuna y algunos grupos pro-vida. Así mismo hay dos tipos de objeciones: por riesgos a la salud, y por cuestiones éticas. Analicemos sus argumentos contra las vacunas, para tratar de determinar en qué aspectos llevan o no razón, para ayudar a nuestros lectores a tomar una mejor decisión.

Oposición a la vacuna por sus efectos adversos

Tromboembolia. Este es con mucho el efecto adverso más grave de la vacuna: se calcula que uno de cada millón de pacientes que reciben vacuna de adenovirus (por ejemplo, Astra-Zéneca y Sputnik) presentará embolia vascular, y uno de cada cuatro millones de vacunados, fallecerá por este problema. Pero esta mortalidad por embolia está muy lejos del 1 a 2% de pacientes que fallecen por Covid. Para que quede más claro: por cada paciente que fallece por efecto adverso de la vacuna, morirían unos 10,000 pacientes no vacunados.

Supuesta diseminación de la vacuna por el cuerpo, dañando otros órganos. Está bien demostrado que la vacuna no se disemina a otros órganos, o en todo caso lo hace en cantidades muy pequeñas, pues estas vacunas están diseñadas para que el virus vacunal no se pueda replicar, por lo que prácticamente toda la vacuna permanece en el sitio de inyección.[4]

En cambio, en la infección por coronavirus, cada célula infectada produce cerca de 100,000 virus, estos virus recién producidos infectarán a miles de células tanto a su alrededor como en otros órganos, y cada 24-48 horas cada célula infectada repetirá este ciclo. Estas son cantidades estratosféricas de virus que sí dejará secuelas importantes en algunos órganos, o incluso puede provocar la muerte del paciente.

Riesgo de transgénesis en humanos.  Existe cierto temor porque el ARN de esas vacunas pudiera integrarse a nuestros cromosomas, formara parte de nuestro ADN y creara un tipo de transgénesis, que hasta pudiera heredarse.  Pero ninguna de las vacunas utilizadas se integran al ADN, eso está ampliamente demostrado: tanto en vacunas con adenovirus (vacunas Sputnik y Astra-Zéneca), o las vacunas formadas por ARN embebido en lípidos (vacunas de Moderna y Pfeizer), penetran a las células del músculo inyectado, o a células del sistema inmunitario, producen la proteína S durante pocos días, se identifican como extrañas y se forman anticuerpos contra ella, después de lo cual se degradan y eliminan. Miles de ensayos durante tres décadas de experimentación con adenovirus, y ARN tanto en humanos como en modelos animales, lo demuestran.

Falta de ensayos clínicos de fase III de nuevos fármacos. Esta objeción es parcialmente cierta. Veamos: antes de aplicar las vacunas en la población, se probó en varias fases de experimentación que demostraron que eran efectivas y tenían baja toxicidad. Primero se probaron en modelos animales (estudios de fase preclínica); seguida por varias fases clínicas: primero en voluntarios sanos (fase clínica I), luego se probó en médicos que atendían pacientes Covid (fase clínica II), y finalmente en decenas de miles de personas expuestas al contagio (fase clínica III). Ha sido la vacuna en fase III más probada en toda la historia de la vacunología.

Sin embargo, debido a la emergencia sanitaria era prácticamente imposible realizar una fase III tardía para observar los posibles efectos a mediano y largo plazo, al menos durante unos dos o tres años, como hubiera sido lo ideal. Aprobada la fase III temprana, se aplicó en población abierta, pero dando seguimiento a los vacunados, que corresponde a la Fase IV de experimentación.

Sin embargo, se cuenta ya con un año de seguimiento de fase III, y varios meses de fase IV, que no han mostrado otros efectos nocivos que los ya descritos, y en cambio sí han protegido millones de vidas.

Problema ético por el uso de embriones

Las células utilizadas para producir algunas vacunas provienen de embriones abortados. Este es el obstáculo ético más serio por el que, en especial algunos grupos provida, -y con cierta razón- se han opuesto a la vacuna: estas células se utilizan para la producción de algunas vacunas (por ejemplo Astra/Zéneca y Cansino), y casi todas las vacunas utilizaron estas células en algún momento de su experimentación.

Pero veamos: la historia de éstas células se trata de dos líneas celulares (llamadas células MRC-5 y las células 293) obtenidas de sendos embriones: el primero abortado en 1966 y el otro en 1973. En ambos casos las células se obtuvieron con fines experimentales, ya que es difícil obtener líneas de células provenientes de ser humano.

El análisis ético, muestra que aunque hay cierta cooperación al mal, se trata de una cooperación de tipo remoto.  La cooperación remota se define como aquella que contribuye pero que no lleva a la comisión del acto.  No se considera culpable cuando hay razones serias y proporcionadas.  Varios detalles así lo muestran: la obtención de células fue hace medio siglo; no se han requerido más embriones, pues las células originales se siguen multiplicando en cultivos celulares desde entonces, no se buscó eliminar la vida de un ser humano para obtener las células, etc.  Si, por ejemplo, se utilizaran abortos recientes para cada lote de vacunas, eso sí sería éticamente inaceptable.

Una comisión de científicos de la Santa Sede lo definió así:[5] «Todas las vacunas reconocidas como clínicamente seguras y eficaces pueden utilizarse con la conciencia tranquila, con la certeza de que su uso no constituye una cooperación formal con el aborto del que derivan las células utilizadas en la producción de las vacunas».

Conclusiones

Partiendo de la autonomía de los pacientes para vacunarse o no, está claro que en las circunstancias actuales, no vacunarse lleva un riesgo mucho mayor al de sus efectos nocivos. El punto es que la Covid causa una mortalidad muy alta, por lo que en esta pandemia la vacunación es cuestión de vida o muerte: suman ya cerca de 5 millones de fallecimientos por Covid, pero si se eliminaran el distanciamiento social y las vacunas, hubiera perecido hasta cuatro por ciento de la población mundial, algo así como 300 millones de personas.

El documento de la Santa Sede aporta otro aspecto central y muy positivo de la vacuna: ésta procura el bien común: vacunarme implica un riesgo pequeño, pero también protejo a los que me rodean y, en último término a toda la sociedad.

Dado lo amplio del tema, hemos preferido dividirlo en dos artículos.  En el siguiente analizaremos otras de las muchas objeciones, así como las ventajas y desventajas de las vacunas más comunes.  Así mismo, al principio del artículo he dejado mi correo electrónico para cualquier duda o aspecto que quisieran que se analice.

[1] Director del Centro de Investigación en Bioética y Genética. Querétaro, México. Médico, con Maestría en Investigación en Inmunología-Virología y Doctorado en Genética Molecular por la UNAM. Además es investigador en temas de bioética del inicio de la vida humana. Correo electrónico: mramosk@yahoo.com.mx

[2] Mena Roa, Mónica. 2021. La vacuna de AstraZeneca, la que más países están administrando. Statista, Agosto 12  de 2021. Disponible en línea en: https://es.statista.com/grafico/24196/numero-de-paises-que-administran-las-vacunas-contra-la-covid-19/ Fecha de consulta: 20 de agosto de 2021

[3] Mole, Beth. 2021. Pandemic of unvaccinated continues to rage as states set new COVID. Ars Technica. 8/17/2021. Disponible en: https://arstechnica.com/science/2021/08/pandemic-of-unvaccinated-continues-to-rage-as-states-set-new-covid-records/ Fecha de consulta 8/21/2021.

[4] Quizá muy pocas partículas podrían eventualmente viajar por sangre, pero son cantidades tan pequeñas que no representan riesgo para ningún otro tejido.

[5] Congregación para la Doctrina de la Fe. Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19, 21.12.2020

Imagen de Sammy-Williams en Pixabay

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