XXXIV Domingo Tiempo Ordinario 

Jn 18,33-37

Por P. Antonio Escobedo C.M.

Estamos terminando el año litúrgico. El domingo que viene, con el adviento, iniciaremos de nuevo ese proceso celebrativo que nos hace participar un año más de la gracia de salvación. 

El día de hoy celebramos la fiesta de Cristo, Rey del universo. Escuchamos en la Eucaristía el diálogo que sostiene Jesús con Pilato mientras es juzgado.  

Pilato, siguiendo la práctica romana, pregunta por la causa de acusación: “¿eres tú el rey de los judíos?”. Jesús responde con otra pregunta: “¿eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”. Con esta pregunta-respuesta, Jesús parece darle una oportunidad a Pilato para que se sincere y se apropie de lo que cuestiona. Sin embargo, al contestar “¿acaso soy yo judío?” notamos cierta indiferencia y desprecio. Tristemente, Pilato desaprovecha la ocasión de aceptar a Jesús.  

El gobernador vuelve a tomar la palabra y pregunta qué ha hecho de malo. Jesús no responde, sino que afirma que su reinado no es de este mundo. Tres veces usa la expresión “mi reino”, aunque es claro que su reino difiere de los de este mundo que se apoyan en el poder y en la resistencia violenta. El reino de Jesús no pertenece a este mundo y, por tanto, no se ejerce con las mismas reglas.  

En efecto, en la realización de Jesús se coloca, la humillación en contraste con la suntuosidad. Además, Él es caracterizado por su miseria, por su condición de servicio, por su participación misteriosa a la santidad de Dios. Se trata de un reinado mesiánico que se realiza mediante la humildad y que llegará a plenitud en el momento de su muerte. El rey burlado y golpeado es el verdadero Rey. Desde la cruz, Jesús indicará el tipo de monarquía que quiere establecer. En el escándalo y la impotencia está el portento y la sabiduría de Dios (1Cor 1,21-25). Esto supone un fuerte disentimiento entre diversas formas de concebir el poder y la elección preferida por Jesús.

 Como Rey, Jesús nos lleva a reconocer dónde está la libertad verdadera. Los judíos no son libres por ser herederos de Abrahán, por muy orgullosos que estén de ello; tampoco lo son por apetecer la independencia de Roma. En su interior, si no pueden liberarse del pecado, son esclavos. Si no alcanzan a poseer la verdad, son esclavos. Si no creen en el Enviado de Dios, siguen en la oscuridad y la esclavitud. Por el contrario: “si se mantienen en mi palabra, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. 

En esta libertad se encuentra la profundidad de lo que ofrece Jesús a sus seguidores. Ser libres significa ser hijos en la familia de Dios. El que quiere hacernos libres es Él: “si el Hijo los hace libres, serán realmente libres”. 

 ¿Somos en verdad libres? ¿Dejamos que Jesús nos comunique su admirable libertad interior? Él sí fue libre. Libre ante su familia, ante sus mismos discípulos, antes las autoridades, ante los que entendían mal el mesianismo y le querían hacer rey. Fue libre para anunciar y para denunciar. Siguió su camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior. Cuando estaba en medio del juicio, era mucho más libre Jesús que Pilato. 

¡Que viva Cristo Rey!

 

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