Por Padre Nicolás Schwizer
Encuentro con el Dios de los altares
Las fichas de reflexión de este año 2022 quieren ser, ante todo, un encuentro personal con el Dios de los altares, con el Dios que nos sale al encuentro en la Eucaristía: Jesucristo.
La Eucaristía es el resumen de toda la historia de salvación que culmina en la historia de Cristo. Y por eso es también el resumen de nuestra historia: la historia de cada uno y la historia de nuestra comunidad. La historia personal de cada uno y de cada comunidad es una repetición original de la historia de Cristo, sobre todo lo que constituye el núcleo: el misterio pascual. Estamos siempre repitiendo la Eucaristía, siempre pasando – en Cristo – de la muerte a la vida.
Por eso, centrándonos en la Eucaristía nos centramos en Cristo, que nos espera ahí. Y ahí está repitiendo una y otra vez su historia de amor, para iluminar la nuestra y para vivificarla.
Prolongar la Eucaristía en la vida diaria
Ahora, la Eucaristía está hecha para prolongarse en la vida. No termina en el altar. Cristo renueva su entrega para ser acogido por nosotros y para que su sacrificio se prolongue en nuestra vida, a lo largo de todo el día y de la semana, hasta la próxima Eucaristía. Lo que pasa es que la Misa es la fuente y la cumbre de toda nuestra vida cristiana. El cristiano es un hombre que vive en una permanente Eucaristía. El cristiano debe vivir de misa en misa.
Por eso, al detenernos en los misterios de la misa, lo que nos interesa es no sólo descubrir su riqueza, sino también nos interesa vivir a fondo lo que está pasando en el altar de madera, para poder después prolongarlo en el altar de nuestra vida. Al ver cada parte de la misa vamos a destacar esos dos aspectos: qué significa objetivamente y cómo podemos prolongar cada parte en la eucaristía de la vida.
Eucaristía y Matrimonio
Ahora, ¿qué significa para un matrimonio asistir a la Eucaristía? Significa encontrarse como con el sacramento mellizo. Porque hay dos sacramentos que Dios quiso hacer símbolo de su historia de amor esponsalicio.
El primero, la Eucaristía. Y el otro es el Matrimonio, en que repite la historia de amor entre Cristo y la Iglesia, pero a través de los dos esposos, que son cada uno para el otro símbolo de Cristo y símbolo de la Iglesia.
Al ir a misa, el matrimonio cristiano se compromete a no ser un simple espectador. Lo que Cristo está haciendo en el altar, me pide que yo lo refleje con mi pareja en nuestra vida diaria. Cristo espera de nosotros el compromiso de prolongar la Eucaristía en la vida de cada día. Por otro lado, esa prolongación de la misa, después del domingo, debe convertirse en preparación para la misa del domingo siguiente. “Del altar, a la arena” decían los primeros cristianos, refiriéndose a la arena de los circos donde eran martirizados. Y nuestra “arena” es la vida diaria: toda nuestra vida ha de ser una prolongación de la misa.
El envío de la misa nos invita también a dar testimonio de Cristo en nuestra vida matrimonial y familiar. Nos invita a transmitir el amor que vivimos en nuestros hogares. Es una experiencia que no podemos ni debemos callar. Y creo que muchos de nosotros sentimos esa necesidad: Vivimos algo tan hermoso en nuestras familias que tenemos que anunciarlo como una Buena Noticia. Debemos anunciar el Evangelio de la familia, la Buena Nueva del matrimonio cristiano, el gozo profundo de la comunión matrimonial y familiar.
Esa experiencia que estamos haciendo en nuestras casas, ha de darnos fuerzas no sólo para hablar, sino también para luchar para que el mundo sea más familia: que queden felices otras familias, que tengan un hogar atrayente, que haya leyes que respetan los derechos de la familia.
Pero estas grandes tareas se pueden cumplir sólo partiendo de un ideal vivido, de una experiencia profunda. Y esa experiencia la tenemos que hacer con Cristo en la Eucaristía y, como vivencia del amor humano, en nuestro propio hogar
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de enero de 2022 No. 1384