Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética 01.01.2022
En este día de la Divina Maternidad de María, les invito a leer y meditar este importantísimo texto del Catecismo Católico (466) donde nos explica esta verdad de fe:
«María es Madre de Dios», cuya fiesta hoy celebramos:
«La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que «el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre» (Concilio de Efeso: DS, 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: «Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional […] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne” (DS 251)».
Números
Hoy leemos la bendición que Moisés transmitió, de parte de Dios a Aarón y a sus hijos, para que bendijeran a los israelitas:
«El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz».
Será bueno meditar la profundidad de «Dios ilumine su rostro sobre ti», que viene a significar la sonrisa de Dios que se complace mirando a su criatura.
Pensemos que esa paz que Dios ofrece viene a ser como una armonía y gozo interior que brota de la unión con Dios y de cumplir su voluntad, como lo hicieron sobre todo Jesús mismo y María Santísima.
Salmo 66
Le pedimos al Señor, precisamente, que tenga a bien bendecirnos iluminando su rostro sobre nosotros, como nos ha dicho la preciosa bendición del Señor que prácticamente, san Francisco de Asís hizo suya.
El salmo sigue alabando y bendiciendo al Señor pidiéndole sobre todo su bendición.
Gálatas
Hoy San Pablo nos recuerda la encarnación del Verbo en su carta a los fieles de Galacia, y nos advierte que Dios envió a su Hijo nacido de mujer porque quería tomar la naturaleza humana tal como es para todos los seres humanos.
A continuación, nos invita el apóstol a recordar que hemos recibido también el Espíritu Santo con el cual podemos llamar Papá a Dios, como Jesús mismo lo llamó y podemos añadir que nos permitió llamar mamá a María cuando bajo la cruz de Cristo oyó a su Hijo invitándola a que acogiera a Juan, y en él a toda la Iglesia, como hijos suyos.
Verso aleluyático
El autor de esta carta que nos habla preciosamente del sacerdocio de Cristo, nos explica cómo «en distintas ocasiones habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas».
Y ahora, cuando llegó Jesucristo al mundo, «en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo».
Este Hijo que nos dio a luz la Virgen María, «Madre del verdadero Dios por quien se vive», como le dijo la Virgen de Guadalupe a Juan Diego.
Evangelio
El evangelio nos recuerda, en este día, el hermoso momento en que «los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre».
Todos, sin duda, comenzando por María y José, se admiraron de lo que les contaron los pastores.
Nosotros deberíamos imitar a la Virgen Santísima, la Madre del pequeño Jesús, que «guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón».
Finalmente, los pastores se fueron felices anunciando a todos la buena noticia, el evangelio: «Nos ha nacido el Salvador».
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