Por Jaime Septién
El pasado 25 de diciembre, natividad de Nuestro Señor Jesucristo, la comunidad científica mundial celebraba otra fiesta: el lanzamiento, desde una base de la Guyana Francesa, del súper telescopio que lleva el nombre de un fallecido administrador de la NASA: James Webb. Este sofisticado telescopio tiene como misión escudriñar lo que los astrónomos llaman la “Edad Oscura” del Universo: sus primeros 800 millones de años, y detectar la primera luz emitida por una estrella hace 13,000 millones de años. También verificará la posibilidad de vida en planetas exteriores a nuestro sistema.
El objetivo científico se desliga de lo sagrado. De Dios como Creador. Ya ni siquiera hay una idea de Dios detrás de la exploración del espacio, cosa que sí latía en científicos como Albert Einstein. Hay una nostalgia del inicio de todo. Pero sin fe. Y la ciencia sin fe es ciega. Toma el lugar de Dios.
Heidegger escribió que lo característico de su época era la “obturación” (el cierre del conducto) de lo sagrado. Y agregó: “Quizá sea ésta la única y radical desdicha de nuestro tiempo”. Una reflexión certera siempre y cuando se refiera a un cerramiento consciente de lo sagrado. Era una época en la que todavía se peleaba contra Dios. ¿Hoy ha muerto Dios por inanición de la conciencia del hombre?
TEMA DE LA SEMANA: LA LUNA, NOSOTROS Y EL UNIVERSO
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de enero de 2022 No. 1384