La sociedad de “carnaval” no nos permite vivir auténticamente. Vivamos la alegría de saber quiénes somos

Por Angelo De Simone

Son muchos los cuestionamientos y dudas que nos vienen a la mente con respecto a la celebración que data desde hace milenios en la humanidad: El Carnaval. Algunos llegan a situarlo hasta hace 5.000 años en el Antiguo Egipto y otros en el Imperio Romano, donde se celebraban las fiestas de Saturno con desenfreno y grandes banquetes en honor a la divinidad.

Antes de adentrarnos a tal misterio, es importante primeramente conocer ¿de dónde proviene la palabra Carnaval? La palabra Carnaval, proviene del latín “carnem” y “levare” que significa “eliminar la carne” siendo utilizada para promover la abstinencia de las mismas en las casas y comercios por la proximidad de la Cuaresma. Por ello, los pueblos de la época, en preparación de este acontecimiento, realizaban grandes desenfrenos con comilonas y muchas bebidas, acompañado de disfraces y bailes por la calle.

Es desde allí que podemos evidenciar que el carnaval es una fiesta de origen pagano recuperada en la Edad Media y que la Iglesia Romana toleró, como ha ocurrido en tantas civilizaciones en que había unos días al año dedicados a celebraciones desenfrenadas, pero que por sus acciones no iban en sinergia con los preceptos establecidos por la Institución Católica.

Ahora bien, más allá de moralizar la celebración creo es importante encontrar qué aprendizajes podemos adquirir de las mismas para nuestros tiempos tan convulsos en medio del siglo XXI y en especial en torno a la Pandemia.

Así como en todas partes del mundo nos encontramos con un sinfín de disfraces donde es difícil descifrar a la persona que se esconde detrás de la máscara, hoy son muchos los que, por las injusticias del mundo y la discriminación, han tenido que ocultar su rostro detrás de las apariencias y el respeto humano para ser aceptados en medio de la sociedad.

No podemos bajo ninguna circunstancia estar negociando nuestra identidad para encontrarnos con el otro, no podemos maquillarla y disfrazarla, ni ponerles filtros como comúnmente lo vemos en las Redes Sociales para agradar o generar aprobación en medio de nuestros círculos más cercanos, es inminentemente necesario encontrar la respuesta al ¿quién soy yo? Una de las preguntas más importantes que podemos hacernos, delante de nosotros, de los demás y especialmente delante de Dios. Esta respuesta no se puede “googlear” como muchas otras inquietudes de la generación “online”, sino que es un camino donde crecemos con historia propia analizando nuestro sentido de pertenencia en relación a nuestra familia, pueblo, comunidad, país. Muchos olvidan este aspecto: se olvidan de sus raíces, de donde vienen, de su historia, viendo al otro con miedo, con desconfianza y hasta enemistad.

Es necesario rechazar esta sociedad de “carnaval” que no nos permite vivir auténticamente, que nos lleva a guardar las apariencias y a muchas veces desligar nuestras creencias y nuestra fe de nuestra jornada diaria. Vivamos la alegría de saber quiénes somos y la dicha de sentir la mirada amorosa de Dios en medio de nosotros. Es tiempo de avanzar, de festejar la esperanza que nos brinda nuestra fe y de mostrar un rostro alegre en medio de la adversidad. Y tú, ¿Ya desechaste la máscara de las apariencias para vivir desde la autenticidad de los hijos de Dios?

 
Imagen de Serge WOLFGANG en Pixabay

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