Tus hijos, tus nietos, tu familia te observan y te necesita.

Por Nelly Sosa

Hay algo muy profundo que llevo en el corazón, algo que me dejaron mis abuelitas: su fe y su alegría.

Tengo meses pensando en ellas, recorriendo con gratitud esos momentos compartidos, sus actos de servicio, las sonrisas que me regalaron, la manera de cada una de ellas de demostrar amor, su manera de vivir la fe.

Me animo a compartirlo porque sé lo mucho que sufren algunas abuelitas de hoy, viendo con tristeza cómo sus hijos se han apartado del camino de Dios.

Y más aún, cómo se preocupan también sabiendo que sus nietos crecen sin la amistad de Jesús, sin la certeza de la compañía de Nuestra Madre María, sin bases espirituales sólidas para andar por la vida.

Antes de iniciar quiero aclarar algo importante. A mi madre le debo los cimientos, su labor de formación en esta esfera de la fe fue tan dulce como intencional. ¡Cómo le agradezco ese cassette con cantos católicos que nos ponía en el carro todos los días! Y esa cita bíblica pegada en la puerta del vestidor: “Oye el consejo, acepta la corrección para llegar a ser sabio” (Proverbios 19,20).

La semilla de su corazón

Pero la fe que me dejaron mis Abuelitas fue una semilla que salió de su corazón y que creció sin que ellas lo notaran. Fue una oración en acción que cautivó mis ojos de niña.

Mi Abuelita paterna enviudó joven, quedándose a cargo de su familia de siete hijos. Ahora que soy madre y pienso en ella, ¡ya imagino el panorama!

Ella partió a la casa del padre hace ya muchos años, pero dejó en mí un testimonio grande. A pesar de vivir en un pequeño pueblo a tres horas de nosotros, cuando la visitábamos siempre me hacía sentir querida y especial.

La recuerdo sentada en su sillón, sosteniendo las cuentas de su rosario, cuando yo aún no conocía el poder de la gran arma que nos dejó Nuestra Madre.

Aún la veo en mi pensamiento cantando en misa, su voz llenando todo el templo, resonando fuerte e invitándome a seguirla.

Sé que le gustaba visitar a la Virgen de San Juan de los Lagos y hacer sus tortillas de harina. A penas entrábamos a su casa, nos llegaban olores deliciosos de la cocina. Entiendo que cuidaba de unas tías enfermas y que también a ellas les cocinaba.

Me cuenta una querida tía que ella decía: “jamás habría podido seguir sola con 7 hijos sin la ayuda de Dios y de María”. Sentía que sólo ellos la sostenían.

Cuando ya estaba enfermita, convaleció por unos días en nuestra casa y al entrar a su cuarto la encontraba serena, rezando imagino, y jamás se quejaba.

Nunca hablamos expresamente de fe, pero no hicieron falta las palabras porque su testimonio de verdad, cantaba.

A mi abuelita materna pude conocerla y observarla por muchos años más. Y lo que más se imprimió en mi alma fue el gozo que brotaba de ella al hablar. También me admiraba lo trabajadora que era, pero a la vez por la gran capacidad que tenía para renunciar a sus planes por servir a los demás.

Material y espiritualmente, era desprendida a más no poder. Lo daba todo: su tiempo, su dulzura, su risa, su llanto. Sabía escuchar. Gozaba y sufría por igual con quien se acercaba a ella para abrirle su corazón.

Mi abuelito no era practicante y ella recibió muy poca educación religiosa, pero siento que de alguna forma encontró la forma de vivir para Dios y de construirle un castillo interior.

Cuando yo era niña, recuerdo verla usando un medallón dorado que llamaba mucho mi atención. Luego supe que también era de la Virgen de San Juan de los Lagos.

Sus palabras tan llenas de ternura, sus canciones, sus dichos… son cosas que no olvido. Su manera de enfrentar la vida, la fortaleza con que vivió el doloroso periodo de Alz-Heimer de su amado esposo, son cosas que le admiro.

Tú que eres abuelita, no dejes de amar, no dejes de luchar e imprimir el cariño del Señor en sus vidas. Con palabras, con tus acciones desinteresadas, con tu alegría, estás tejiendo para tu familia caminos hacia el Señor bajo el manto de María.

www.elarbolmenta.com

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de febrero de 2022 No. 1387

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