Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC

Es frecuente el autoengaño. La búsqueda del solo bienestar, la pasión desmedida por el éxito, la preocupación por proyectar la buena imagen de sí mismo, el vivir satisfecho sin mayores aspiraciones sin ninguna preocupación por los demás o el afán desmedido por el poder y el dinero.

El ser humano tiene en sí mismo la sed de infinito, de verdad, de bondad, de belleza, de justicia, que no se pueden colmar del todo con lo inmediato, perecedero y  pasajero.

Qué terrible es pensar que los bienes pueden llenar del todo los anhelos del corazón. La felicidad no se alcanza con el bienestar ni con la abundancia de bienes materiales.

Al sentir que necesitamos muchas cosas, nos desorienta y en verdad nos convierte en necesitados. Y a veces cuando se tiene finalmente  la abundancia, llega el aburrimiento, el hastío o la ‘nausea’ de Sartre. La vida como una pasión inútil y los otros como nuestro propio infierno. A este respecto, es muy significativo uno de los letreros de las protestas de los jóvenes en el París de 1968: ‘Nos han dado todo; estamos hartos de todo, y ahora nos morimos de aburrimiento’. Ya el Concilio Vaticano en el número 4 de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual (G. et Spes) lo señala: ‘Jamás el género humano tuvo a su disposición tanta riqueza, tantas posibilidades, tanto poder económico’.

Cuántos hoy en día han probado de todo y han quedado defraudados y vacíos; artistas famosos buscaron el paraíso en las drogas y se sumieron en un verdadero infierno. Cuántos han escogido la puerta falsa del suicidio. Cuántos funcionarios públicos que buscaron desmedidamente el  éxito, el poder y el dinero, ahora están en la cárcel o son perseguidos por la justicia humana o no pueden acallar su conciencia por más que la busquen silenciar, viviendo en la impunidad.

Ante este panorama desolador, bien vale la pena atender a las palabras del profeta Jeremías: ‘Maldito el que confía en el hombre; bendito el que confía en el Señor’ (17,5-8).

El planteamiento de fondo es toda persona de cara a las cosas y de cara a Dios; es el tema fundamental. Esta es diferencia el rico ante el mundo y el rico ante Dios ¿Qué somos ante Dios? ¿Qué somos ante la sociedad?

De hecho puedo ser pobre y hambriento de dinero y de poder; puedo ser rico, tener todo tipo de bienes, pero  tener el corazón de pobre, ante la presencia de Dios y esa sana libertad ante los bienes de todo tipo con esa firme voluntad de hacer el bien a los demás y no solo productos o servicios con su precio.

La felicidad está vinculada necesariamente a Dios y a mi relación con los demás. La justicia divina nos ubica verdaderamente, si hemos dañado injustamente, dejaremos de ser enaltecidos ante Dios (cf Lc 14,11).

Jesús nos ofrece el corazón del Evangelio o buena y gran noticia para todos los tiempos, síntesis de su mensaje y carta magna del cristianismo, que proclamó y vivió en plenitud en la cumbre y altar del Calvario como crucificado, las Bienaventuranzas (Lc 6, 17.20-26; Mt 5, 1-12). Él nos hace la invitación o nos llama a ser felices.

Su propuesta es la verdadera revolución; no de tipo político o de tipo social. Nos propone invertir nuestros valores convencionales, por la revolución de los corazones, por la revolución del amor. Ya la inició con su vida, su pasión, su muerte y resurrección. En el misterio de toda su vida se fundamenta las bienaventuranzas suyas o la llamada a ser felices. Así como la Santísima Virgen Maria fue dichosa, feliz o bienaventurada por creer en la Buena Noticia que le fue proclamada (cf Lc 1, 45.48).

Así nos veremos libres de los espejismos de la autosuficiencia y pondremos nuestra confianza total en el Padre que Jesús bajo la acción del Espíritu Santo, nos revela.

‘Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios’. Con esa actitud de tener el corazón de pobre ante Dios, ya se puede entrar y gozar en el interior de la posesión y del gozo del Reino de Dios. Y su contrapartida: ‘Hay de ustedes los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo’. El Apocalipsis ( 3,14-22), es su mejor profundización y alcance: “ ‘Soy rico; me he enriquecido; nada me hace falta’, y no te das cuenta de que eres un miserable, digno de compasión, pobre ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas (caridad), vestidos blancos para no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez y colirio para ungir tus ojos y que recobres la vista. A los que amor, yo los reprendo y corrijo; ¡sé fervoroso y arrepiéntete!…El vencedor se sentará conmigo en mi trono, al igual que yo vencí y me senté con mi Padre en su trono…”

‘Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados’. Son los que tienen una pobreza más económica, los desposeídos. Los bienes de la creación son para todos y por los sistemas políticos cuyo centro es la economía y no se integra a los desposeídos, se convierte en un sistema injusto; se deben crear las condiciones favorables para todos, respetando la libertad y el recto ejercicio de las posibilidades, porque las situaciones injustas tienen su contrapartida, porque los hartos tendrán hambre: el hambre del amor, el hambre de la paz; el hombre sin Dios, es un desastre, sumado a la política sin moral. La política debería fundarse en la justicia, abierta a la caridad. El centro de las políticas de toda índolede deberían centrarse en la persona, en todas las personas, sin excluir a nadie.

‘Dichosos  son ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán’. Estos son los que sufren, los que tienen una pobreza de tipo psicológico, emotiva, espiritual;  esa pena que traspasa el alma. Es el Señor el que sana y nos invita a estar en su compañía para ser consolados: ‘vengan a mí los que están cansados y agobiados por la carga que yo los aliviaré’. Es Jesús, el de Corazón traspasado, nuestro ‘Sabath’, o verdadero descanso a través de él, en las entrañas misericordiosas del Padre, en su ‘rahamin’.

‘Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos por causa del Hijo del Hombre. Alégrense ese día y salten de gozo , porque su recompensa será grande en los cielos’. Serán felices quienes sufren y lloran por causa del Evangelio. Perseverar, porque los que mantienen el testimonio de Jesús, los que tienen el signo del Cordero en su frente y en su mano, es decir, que piensen como Jesús y actúen como él participarán de su triunfo, de quien fue inmolado y es el Cordero que está de pie, como nos enseña el Apocalipsis

La bienaventuranzas, son camino para la vida eterna y señalan la sentencia final.Esta palabra es espada de doble filo, para sus discípulos seguidores y para los pagados de sí mismos. De qué parte estamos. Con el dinero, el poder, el éxito, la propia satisfación. Pueden terminar estas vidas en una desgracia como lo anuncia el Salmo 1. Es una clara advertencia para los cristianos que también podemos caer en la trampa de los que tienen corazón de ricos, cristianos con mentalidad convencional y ayunos de nuestros hermanos los pobres, porque también esencialmente somos pobres y vulnerables.

Para ser felices, es necesario aceptar el llamado de Jesús y su mensaje de las Bienaventuranzas. Solo el amor cimentado en Jesús y con la gracia del Espíritu Santo, se puede ser feliz, en el tiempo y en la eternidad.

Cuidado de confundir la felicidad con el bienestar. En Jesus, por Jesús y con Jesús, podemos remontar nuestras crisis y encontrar en él las razones para vivir, sufrir, gozar y esperar.

Imagen de Shad0wfall en Pixabay

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