Por P. Antonio Escobedo c.m.
VIII Domingo de tiempo ordinario (Lc 6,39-45)

En el pasaje evangélico de este domingo, Jesús cuenta varias parábolas, aunque viéndolo bien, más que parábolas se trata de una serie de imágenes, como si fueran una proyección de diapositivas que pasan rápidamente: primero vemos la imagen de una persona ciega tratando de guiar a otra persona ciega, luego aparece una persona que no se da cuenta de la viga que tiene en el ojo mientras busca la paja en el ojo de su hermano, después se muestran un par de árboles, uno bueno y uno malo y, finalmente, surge un hombre que saca cosas de su corazón. Todas estas son representaciones relacionadas con la ley del amor.

Jesús pregunta “¿puede el ciego guiar al ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?”. Estas son preguntas retóricas. La primera espera una respuesta negativa y la segunda una afirmativa. Este tipo de preguntas parecen reflejar algo del humor de Jesús. Utilizando imágenes inusuales, plantea algo que parece absurdo y exagerado. Es una técnica retórica para ilustrar y dar una buena lección. El punto de esta primera imagen es el consejo de tener cuidado al momento de escoger a quien seguiremos, no sea que caigamos a un hoyo junto a nuestro guía ciego; de la misma manera, no tenemos el derecho de guiar a otros si nosotros mismos no vemos claramente.

“El discípulo no es sobre su maestro…” Con esta afirmación, se advierte a los discípulos que nunca irán más allá que el Maestro (Jesús). A lo mejor, el discípulo llegará a ser el maestro, no tanto por desarrollar la habilidad de transmitir conocimientos sino porque será capaz de practicar el amor radical y el perdón de corazón basado en la misericordia que Jesús transmitió. Esa es la meta hacia donde el discípulo está invitado a llegar. Como ayuda para nuestra vida podemos recordar la pregunta “¿qué haría Jesús?”. Tener este tipo de pregunta en mente puede ayudarnos a ser más y más como Jesus en nuestros pensamientos y acciones.

“¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no viga que llevas en el tuyo?”. En este momento Jesús utiliza una hipérbole, es decir, exagera para llamar la atención y que no dejemos de escuchar lo que quiere decirnos. Sus palabras están en sintonía con lo que había dicho anteriormente acerca de no juzgar o condenar. El problema es que la persona que juzga también es imperfecta y lo único que ve son defectos. Por supuesto, es experto en ver los defectos ajenos, y no los propios. Como un ciego guiando a otro, el juez imperfecto que juzga a otra persona imperfecta deja mucho que desear.

¡Qué fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y qué capacidad tenemos de disimular los nuestros! ¿No será esto hipocresía? Y aún así queremos ser guías de otros y resolver problemas ajenos cuando los que necesitamos orientación somos nosotros. Tanto así que nos metemos a dar consejos y a corregir a otros cuando no somos capaces de enfrentarnos sinceramente con nuestros propios errores. ¿No tendemos a ocultar nuestros defectos, mientras que estamos alerta para descubrir los ajenos? ¿Cada vez que nos acordamos de los errores de los demás, no ansiamos comentarlos de inmediato con otros?

Tal vez podríamos reflexionar: seguramente yo tengo limitaciones más grandes y los demás no me las echan en cara continuamente, sino que disimulan, entonces ¿por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos? Nos ayudará un espejo limpio donde mirarnos: este espejo es la Palabra de Dios que nos lleva a poner nuestra mirada en el amor del Padre y no en la paja que llevan nuestros hermanos.

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