Por P. Antonio Escobedo C.M.
V Domingo de tiempo ordinario (Lc 5,1-11)
6 de Febrero de 2022

El día de hoy, Lucas narra la llamada vocacional de Pedro y de los otros primeros discípulos. La llamada sucede cuando Jesús predica a las orillas del mar de Galilea. Todo inicia cuando la gente se agolpaba en torno suyo y le pide a Pedro que le preste su barca para apartarse un poco de la tierra de modo que pudieran escucharle. Qué satisfacción habrá sentido Pedro: ese predicador que se está haciendo famoso, por su palabras y por sus milagros, le ha pedido a él su barca. La barca de Pedro se ha convertido en cátedra de Jesucristo.

Luego, Jesús le pide algo insólito: “echa las redes mar adentro”. Parece absurdo salir a pescar en esa hora de la mañana. Pero ya Jesús se ha hecho tan importante para Pedro, tan determinante, que puede decir: lo hago fiado de tu palabra. Y sucede lo inesperado, la pesca milagrosa. La mañana en Galilea se convierte en imagen del nuevo amanecer que seduce a quien la contempla. En ella se encierra el aura matinal del primer amor, de un comienzo lleno de esperanzas y de disposición, con la luminosidad y el frescor que es propio de los inicios.

La pesca milagrosa provoca en Pedro una reacción de espanto y admiración: “apártate de mí que soy un pecador”. Cuando Pedro regresa con Jesús, no lo abraza efusivamente por el buen resultado de la tarea, sino que cae de rodillas a sus pies. Le ruega que se aleje. Parece que se siente temeroso ante el poder de Dios. ¿Por qué será que la bondad, la libertad y la generosidad de Jesús asustan? Simón y sus amigos estaban cansados y decepcionados por una noche completa de trabajo en vano, pero cuando llega la pesca y la barca está llena, el impulso es pedirle a Jesús que se aparte. Hay muchas personas que cuando se les habla del amor o del perdón, o incluso cuando les pasa algo hermoso, instintivamente dicen: “esto no es posible”, “no me lo merezco” o “seguro se acaba pronto”. Cuesta creer que Dios está de nuestro lado. A pesar de todo, Jesús no se fija en si Simón es o no un pecador, simplemente lo quiere dentro de sus discípulos.

Cuando Pedro regresa a la orilla del lago, no sólo lleva a sus espaldas el camino exterior que ha recorrido, pues este viaje también se convertió en un camino interior, cuya dimensión indica Lucas mediante dos palabras que le sirven de referencia: epistáta y kyrie. Antes de la pesca Pedro se dirige al Señor con la palabra epistáta, equivalente a “profesor” o “maestro” (rabbí). Pero al volver, se postra de rodillas ante Jesús y le llama kyrie, es decir, “Señor”, que es una expresión propia de la divinidad. Pedro recorrió el trayecto que va desde el rabbi al kyrie, del maestro al Señor. Tras esta peregrinación interior, ya está capacitado para recibir la vocación y convertirse en pescador de hombres.

La vocación de Pedro no es nada peyorativo. Pescar a las personas, en este sentido, no es un proselitismo a ultranza. San Jerónimo interpreta la expresión “pescador de hombres”, explicando que sacar a los peces del agua significa arrancarlos de su ambiente vital y entregarlos a la muerte. Pero, en cambio, sacar a los hombres del agua significa arrancarlos del ambiente de muerte para darles el aire y la luz del cielo. Significa trasladarlos al ambiente de la vida.

Ojalá que cuando sintamos la tentación de decir “apártate de mí”, podamos escuchar en nuestro corazón la respuesta de Jesús: “no temas, serás pescador de hombres”.

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