Por P. Fernando Pascual
Queremos alcanzar la verdad, evitar el error, superar las dudas.
Alcanzamos la verdad de diversas maneras. Una es la experiencia directa: yo veo, toco, siento que esta planta tiene espinas y puede hacer daño.
Otra es un razonamiento más o menos elaborado. Por ejemplo, cuando decimos que el alto número de publicaciones científicas permite aceptar que esta medicina sería eficaz para ciertas enfermedades.
Otra se basa en intuiciones que nos cuesta explicar, por ejemplo, cuando intuimos que esa persona que llamó a la puerta de casa sería un ladrón.
Otra, muchas veces criticada pero siempre presente en nuestra vida, es la enseñanza: miles de cosas las sabemos porque otros nos las han enseñado.
Notamos, sin embargo, que no pocas cosas que hemos supuesto como verdaderas, luego se revelan como erróneas.
Por ejemplo, pensábamos que esa pastilla encontrada en una caja sin etiqueta sería una medicina adecuada para la gripe, cuando en realidad se trataba de las vitaminas para el abuelo.
¿Por qué cometemos errores? Los motivos son muchos, y están en relación con los caminos que normalmente llevan a la verdad, pero en ocasiones nos apartan de ella.
Así, por ejemplo, la experiencia puntual de comer una fruta en mal estado lleva a algunos a suponer que serían alérgicos a esa fruta, cuando en realidad la reacción que sufrieron fue debida al estado concreto de esa fruta particular.
También la enseñanza puede dejar en nosotros ideas erróneas; por ejemplo, si tuvimos un profesor que defendía las “bondades” de algunos dictadores mientras ocultaba sus crímenes e injusticias.
Por lo que se refiere a la duda, surge en nosotros cuando no estamos seguros sobre algo en concreto.
Dudo si esta tarde lloverá o no. Dudo si este billete sea auténtico o falso. Dudo sobre los consejos que me ha dado un amigo cuando me explicaba cuál sería la mejor vacuna para prevenir esta enfermedad.
En ocasiones, a pesar de las dudas, tomamos decisiones. A veces salen bien: escogí un buen abrigo aunque dudaba de su calidad. Otras veces salen mal: no estaba seguro de que esa era la calle de la tienda y al caminar por ella perdí 15 preciosos minutos.
La experiencia de los errores (algunos provocados por mentirosos más o menos “profesionales”) y de las dudas no ahoga nuestro deseo más profundo de alcanzar verdades.
Para salir de errores y de dudas, somos capaces de emprender un esfuerzo serio para evaluar las propias convicciones y distinguir entre las más seguras y las inciertas, y para discernir mejor sobre lo que otros nos dicen, especialmente a través de ese océano inmenso de “informaciones” que giran por Internet.
En el fondo, necesitamos seguir un consejo del inquieto Sócrates: llegar a ser humildes para no suponer que sabemos cuando no sabemos. Solamente entonces seremos capaces de abrirnos a nuevas verdades, que serán las mejores amigas en el camino que recorremos cada día en la búsqueda del bien, de la belleza y de la justicia.
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