Por Rebeca Reynaud
San Agustín dice que “con el Espíritu Santo el placer consiste en no pecar, y esto es la libertad; sin el Espíritu, el placer consiste en pecar, y ésta es la esclavitud” (El Espíritu y la letra 16,28).
Octavio Paz dice que “la castidad cumple la misma función en Oriente que en Occidente: es una prueba, un ejercicio que nos fortifica espiritualmente y nos permite dar el gran salto de la naturaleza humana a la sobrenatural” (La llama doble, p. 22.).
Con el alma clara, limpia, se entiende más la grandeza del amor. A veces los jóvenes dicen que no se pueden controlar. Hay que decirles: “Si lo (la) quieres, no se hagan daño mutuamente”.
— Cariño, dame una prueba de amor-, dijo un joven.
— Si te casas conmigo no te doy una prueba, sino muchas. Si me amas, sabrás esperar a que estemos preparados para casarnos.
— Es que quiero saber si nos acoplamos, responde el joven.
— ¡Ni que fuéramos cápsulas espaciales! Si hay compatibilidad de caracteres y respeto mutuo, la habrá en lo demás.
Sólo la condicionabilidad de la entrega puede hacer que esa entrega sea entrega. La entrega está condicionada por el compromiso formal. El libertinaje representa odio al cuerpo, al hombre y al mundo. El libertinaje tiene su fundamento e que el cuerpo se torna organismo, mera cosa. Su expulsión del reino de lo moral es, al mismo tiempo, expulsión de lo humano. Se convierte en mero objeto, en cosa, y con él también se hace la vida del hombre vulgar y ramplona. Cuando el hombre se burla de su cuerpo, se burla de sí mismo.
Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor hacia una persona. El novio que ama a su novia, sabe esperar, y no pide una prueba de amor, cuando él no puede ofrecerle un matrimonio con la misma prisa con la que él pide la prueba de amor. Y a veces, esa prueba de amor termina en odio a quien se le entrega, porque siente que esa persona, en vez de elevarlo, lo rebaja; otras veces, termina pidiendo más y mas. Un joven equilibrado entiende que, la mejor opción, es la abstención sexual antes del matrimonio, y entiende que haya quienes elijan la virginidad para vivir su adolescencia o para toda la vida.
La elección de la virginidad o de celibato para toda la vida es una respuesta al amor de Dios y, por tanto, tiene el significado de un acto de amor esponsal; es decir, de un de una donación esponsal de sí mismo. Es una donación hecha como renuncia, pero hecha sobre todo, por amor.
Vito de Larigaudie fue un hombre extraordinario. Fue un gran descubridor de continentes, y el primero que hizo un viaje en automóvil de Francia a Indochina. Líder de la juventud francesa, fue un hombre que amó a sus semejantes y al mundo. Su espiritualidad se centraba en la admiración ante el mundo creado. Bajo su fotografía se leía una inscripción: “Una santidad sonriente”.
Vito de Larigaudie amaba la aventura, el baile y el canto. Era un magnífico nadador y esquiador. Acogía todas las alegrías y vivía saturado del ritmo de su amable conversación. En sus apuntes escribió: “Todo tiene que ser amado: la orquídea que inesperadamente florece en la selva, la belleza del corcel, el gesto del niño y el sentido del humor, o la sonrisa de la mujer. Hay que admirar todo lo que es bello”[Citado por Tadeusz Dajczer, Meditaciones, Clavería, México 1992, p. 231].
En su vida hubo luchas y sacrificios, y ésta estuvo sometida a la prueba. Tuvo que tomar decisiones valientes porque la integridad nunca ha sido tarea fácil. Escribe: “Sentir en la profundidad de uno mismo toda la suciedad y el hervir de los instintos humanos, y saber mantenerse por encima de todo ello, no hundirse, andar por encima, como se anda por un pantano seco,(…) Era seguramente una mestiza, tenía los hombros preciosos, y esa belleza salvaje de los mestizos de labios gruesos y ojos enormes. Era bella, enloquecedoramente bella. En realidad se podía hacer solamente una cosa… Pero no la hice, salté sobre el caballo y huí a galope, llorando de desesperación y de rabia, pero con la conciencia llena de paz, ya que, por el amor que siento hacia mis semejantes, no quise hacer daño”.
La castidad es posible si está edificada sobre los cimientos de la educación de la voluntad, y si se sabe huir de la ocasión. Se puede hacer frente a la presión exterior tratando, conociéndose a sí mismo, sabiendo que somos frágiles y vulnerables por esencia; pero que la debilidad se hace fortaleza huyendo de la ocasión. Si no huimos, nuestra debilidad corrompe nuestra conciencia, y entonces tratamos de justificar una acción.
El mismo autor escribe: “En lo profundo de mi ser hay aguas puras y tranquilas. No pueden afectarme, pues, las sombras o los remolinos de la superficie (…). Toda mi vida fue una gran búsqueda de la verdad, en todas partes y a todas horas, en todos los lugares del mundo busqué sus huellas. La muerte será como soltarme de la cadena que me tiene atado, y el fin de una asombrosa y estupenda aventura; será la consecución de esa plenitud que siempre perseguí”.
¿Somos las mujeres las primeras responsables de la degradación de nuestra sexualidad explotándola como elemento seductor? ¿Por qué las mujeres, utilizamos nuestro cuerpo para seducir a los hombres, para manipular sus sentimientos, para manejar sus actuaciones, hasta conseguir los objetivos que nos hemos propuesto?
Remedios Falaguera afirma que las mujeres deberían de ser conscientes de que la belleza no es convertir el cuerpo en deseo, ni en mercancía disponible al mejor postor, puesto que «la belleza del cuerpo es un viajero que pasa; pero la del alma es un amigo que se queda». Si el hombre se relaciona con la mujer sólo como un objeto del que apropiarse y no como don, se condena a sí mismo a hacerse también él, para ella, solamente objeto de placer y no don.
La pureza es para muchos un concepto inconcebible y arcaico, cuando para Dios es una de las virtudes más preciadas. Miguel de Cervantes decía:
“Es de vidrio la mujer,
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser”
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